Daniel J. Imfeld
AÑORANZA Y ARRAIGO EN LOS PROCESOS MIGRATORIOS. ESCENIFICACIONES
ARQUITECTÓNICAS EN CONTEXTOS PARTICULARES.
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AÑORANZA Y ARRAIGO EN LOS PROCESOS MIGRATORIOS.
ESCENIFICACIONES ARQUITECTÓNICAS EN CONTEXTOS PARTICULARES.
SAUDADES E RAÍZES NOS PROCESSOS DE MIGRAÇÃO. ENCENAÇÕES
ARQUITETÔNICAS EM CONTEXTOS PARTICULARES.
YEARNING AND ROOTS IN MIGRATION PROCESSES. ARCHITECTURAL
STAGINGS IN PARTICULAR CONTEXTS.
Daniel J. Imfeld.
Centro de Estudios e Investigaciones Históricas de Rafaela.
Miembro de Número Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe.
Imfeldaniel8@gmail.com
Resumen
Los movimientos migratorios en cuanto desplazamientos humanos han posibilitado construir
nuevos espacios de vida, tanto material como simbólicamente, en situaciones particulares.
Este trabajo se propone indagar, a partir de la selección de determinados objetos
arquitectónicos, las tensiones derivadas del arraigo y la añoranza que vivieron los inmigrantes
en las colonias agrícolas de Santa Fe (Argentina), entre finales del siglo XIX y mediados del
XX. Las obras seleccionadas fueron concebidas para distintos usos y funciones en relación
con momentos claves de las agendas de vida. Se considera a la arquitectura como un texto
posible de ser leído, más allá de los aspectos formales, a partir de las ideas, los sentimientos,
los deseos que expresa.
Creemos que, si bien fueron obras construidas en contextos alejados de los grandes centros
urbanos y que refieren a espacios socio culturales situados, un primer paso en su estudio
puede resultar significativo para interpretar distintas realidades y permitir entender desde otro
lugar la complejidad humana de las migraciones.
Palabras claves: inmigración, arquitectura, colonias agrícolas, arraigo, añoranza.
Resumo
Os movimentos migratórios como deslocamentos humanos têm possibilitado a construção de
novos espaços de vida, material e simbolicamente, em situações particulares.
Este trabalho pretende investigar, a partir da seleção de determinados objetos arquitetônicos,
as tensões derivadas do enraizamento e saudade que os imigrantes viveram nas colônias
agrícolas de Santa (Argentina), entre o final do século XIX e meados do século XX. As
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obras selecionadas foram concebidas para diferentes usos e funções em relação a momentos-
chave nas agendas da vida. A arquitetura é considerada como um texto que pode ser lido, para
além dos aspectos formais, a partir das ideias, sentimentos e desejos que expressa.
Acreditamos que, embora sejam obras construídas em contextos distantes dos grandes centros
urbanos e que se refiram a espaços socioculturais situados, um primeiro passo em seu estudo
pode ser significativo para interpretar diferentes realidades e permitir compreender de outro
lugar a complexidade humana das migrações.
Palavras-chave: imigração, arquitetura, colônias agrícolas, raízes, saudade.
Abstract
Migratory movements as human displacements have made it possible to build new living
spaces, both materially and symbolically, in particular situations.
This work intends to investigate, from the selection of certain architectural objects, the
tensions derived from the rooting and yearning that immigrants lived in the agricultural
colonies of Santa Fe (Argentina), between the end of the 19th century and the middle of the
20th. The selected works were conceived for different uses and functions in relation to key
moments in life's agendas. Architecture is considered as a text that can be read, beyond the
formal aspects, based on the ideas, feelings, and desires that it expresses.
We believe that, although they were works built in contexts far from large urban centers and
that refer to situated socio-cultural spaces, a first step in their study can be significant to
interpret different realities and allow understanding from another place the human complexity
of migrations.
Keywords: immigration, architecture, agricultural colonies, roots, yearning.
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ARQUITECTÓNICAS EN CONTEXTOS PARTICULARES.
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Introducción.
Si entendemos a las migraciones, pasadas y presentes, como desplazamientos humanos, no
podemos dejar de considerar que quienes migran lo hacen con sus lenguas, costumbres,
tradiciones, en pos de encontrar su lugar en el mundo. Ese nuevo espacio de vida anhelado,
definido como una zona entre dos culturas, dos mundos, está atravesado por la tensión
derivada de la lucha cotidiana por ganarse el sustento y preservar al mismo tiempo una
identidad.
Entre las acciones y los cambios que se experimentan en la nueva geografía vital, están las
tareas de construcción, tanto material como simbólica, que se llevan a cabo en diferentes
espacios en contextos particulares. En nuestro caso focalizaremos la mirada en las colonias
agrícolas que se establecieron con inmigrantes, europeos principalmente, en la provincia de
Santa Fe (Argentina) en momentos en que ésta se convirtió en uno de los espacios
productivos más importantes para el proyecto agroexportador que impulsaban los sucesivos
gobiernos desde la unificación del estado nacional en la segunda mitad del siglo XIX. En
particular nos detendremos en la zona centro oeste de dicho estado provincial, donde las
condiciones derivadas del modelo colonizador llevado a cabo desde las décadas finales del
siglo XIX, lograron que rápidamente los inmigrantes devinieran en propietarios, tanto en las
áreas rurales como urbanas, y con ello estabilizaran su situación. Ya entrados en el siglo XX y
prologándose durante la primera mitad, el ansiado ascenso social que muchos buscaban, se
manifestó en determinados casos en una serie de objetos arquitectónicos sobre los que
queremos posar nuestra atención. Sabido es que la obra arquitectónica puede interpretarse
también como un texto, de ahí las posibilidades de lectura y análisis que posibilitan
profundizar las miradas sobre los procesos migratorios.
Nos interesa indagar en torno de la situación ambigua derivada de la tensión entre la añoranza
por la tierra dejada y el arraigo en el nuevo lugar que experimentaban quienes emigraban,
cómo esto se materializó a través de la escenificación, en tanto puesta en escena, de
determinados objetos arquitectónicos y qué significados adquirieron en el espacio de las
colonias agrícolas del centro oeste de Santa Fe.
El área espacial que hemos recortado de un territorio de migraciones mucho más amplio, se
caracterizó entre otras cosas por recibir importantes contingentes de inmigrantes italianos, de
quienes en relación con nuestro objeto de estudio sabemos su especial afición por el arte de la
construcción, a tal punto que muchos de ellos se declaraban agricultores o constructores al
momento de ingresar al país. Seleccionamos en particular una serie de obras concebidas para
satisfacer distintos usos y funciones y que consideramos representativas de momentos claves
en la agenda vital de estos inmigrantes. Las mismas nos remiten a espacios y lugares donde
les fue posible territorializar sus identidades a través de determinados anclajes simbólicos, a
los que queremos prestar especial atención, esto es la vivienda, la plaza pública, el
cementerio.
Construidas estas obras en entornos alejados de las grandes urbes y áreas metropolitanas, que
para el período antes mencionado experimentaban un gran desarrollo, creemos que no menos
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significativas resultan para interpretar otras realidades, en otros contextos. Si bien son parte
de historias individuales, de trayectorias subjetivas, estas no se pueden entender sin referencia
a su contexto sociocultural. Como manifestaciones materiales, tangibles no poseen un sentido
único, permanente, universal, adquieren significados plurales, móviles, producto de la
negociación entre lo proposicional y su recepción por diferentes públicos y por quienes
intentan interpretarlas a partir de su lectura.
A la ineludible consulta bibliográfica inicial sumamos la búsqueda en archivos de planos,
fotografías, documentos varios, así como también la observación directa nos fue de especial
utilidad. Nos encontramos con que, si bien hay un importante tratamiento bibliográfico
específico sobre la arquitectura del denominado período aluvional, ésta suele remitir al vasto
programa de realizaciones de obras del estado y de particulares, como las que encargaban
las familias acomodadas de las grandes ciudades para sus residencias urbanas o los cascos de
estancias. No faltan por cierto las referencias a los arquitectos que enviaban sus planos desde
Europa, así como constructores y artistas que habían emigrado hasta estas tierras para ofrecer
sus servicios a quienes pudieran contratarlos. Poco se dice sin embargo de lo que ocurría más
allá de las áreas metropolitanas, salvo cuando se habla del programa de edificios públicos
provinciales, de esa otra arquitectura, más doméstica, más descentrada de las sedes del poder.
En los últimos tiempos el panorama se amplió, se han sumado escritos desde miradas locales,
se han elaborado listados de obras, se publicaron catálogos, que se vuelven insumos
recurrentes al momento de fundamentar actos relacionados con declaratorias de distinto
alcance. En general abordan el tema a partir de categorías analíticas referidas a los valores
patrimoniales, especialmente a los tangibles, pero con ausencia muchas veces de un relato
interpretativo que avance sobre sobre la comprensión de tales obras como parte de realidades
complejas.
Dada nuestra intención de ir más allá de lo formal manifiesto, y sin ánimo de generalizar,
planteamos relaciones entre objetos construidos, documentos, trayectorias de vidas,
representaciones. Lo hacemos desde una perspectiva microsocial que busca acercarse a la
experiencia migratoria con predominio de lo cualitativo y con un interés interpretativo,
partiendo de la capacidad de acción que se le reconoce al sujeto para actuar en determinados
contextos. Con la información reunida, organizada y conceptualizada, tratamos de acercar otra
posible lectura de lo arquitectónico como materialización de ideas, imaginación, aspiraciones,
deseos, sentimientos, esto es, ver a los objetos como susceptibles de ser reinterpretados para
el caso, desde la complejidad humana de fenómenos migratorios situados.
Entre dos mundos.
El 15 de noviembre de 1902, Giorgio Racca, un inmigrante italiano radicado en la colonia
Vila (Provincia de Santa Fe) decía en una carta dirigida a su hermana María que había
quedado en Volvera (Italia):
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Estos años pasados me gustaba más la América que la Italia pero
ahora, desde hace tres años que va mal, un año el temporal, otro la
seca, y este año hemos tenido de nuevo la seca. Si tardaba unos días
en llover el campo estaba todo seco. Pero ha llovido y se hará algo.,
se calcula media cosecha, si no sucede nada. Es por eso que no
sabemos que decir, aquí va mal y en los cortes dicen todos que va
mal, en resumen hay miseria por todos lados. Por lo tanto no sabemos
ni siquiera nosotros donde sea mejor.”
Racca, F. , 2001: 26.
La desazón que experimentaba Racca tras haber tomado la decisión de emigrar y que con el
pasar de los años decía no saber donde sea mejor, no deja de manifestar lo que solía y suele
ocurrir con muchos de los que parten hacia otros rumbos.
A pesar de encontrarse en un territorio donde la presencia de connacionales era más que
significativa a nivel provincial, en 1887 por ejemplo el 21,9% de la población eran italianos
(Primer Censo Provincial, 1887), el extrañamiento no era fácil de superar. Si acotamos la
mirada a la escala regional donde transcurre la existencia de Racca, la situación parecía
presentarse más amigable aún; el inspector de colonias había registrado que hacia comienzos
de la década de 1880 un 76% de familias residentes en el centro oeste de Santa Fe eran
procedentes de Italia (Bouchard, 1882).
En casos como éste, de colonos venidos del norte de Italia, más específicamente piamonteses,
contaban en su acervo lingüístico con una palabra que condensaba ese sufrimiento angustioso,
de tristeza, de no poder expresar muy bien que le estaba pasando a ese sujeto padeciente, esa
palabra que lo resumía, es magún (Brarda: 2022). Aunque muchas veces se reprimía el hacer
público estos sentimientos, ya que sería una forma de reconocer el fracaso, quedaba la
privacidad de la comunicación epistolar para darle curso.
De por sí, la decisión de partir, como el viaje y el arribo al lugar de destino estaban cargados
de incertidumbres. Como sostiene Chambers (1995) la migración exige introducirse en otras
lenguas, convivir con otras historias e identidades sujetas a una constante mutación. Se partía
hacia un lugar que se conocía muchas veces solo por vagas referencias de alguien que ya lo
había hecho anteriormente. Desde el arribo se empezaba a transitar por una cultura distinta,
otro idioma que aún no se dominaba, otros códigos, otras formas de relacionarse, otra
geografía que el sujeto no lograba muy bien todavía reconocer o identificar. Las cartas del
citado Racca despachadas desde las colonias agrícolas de Santa Fe entre 1895 y comienzos
del siglo XX, así lo dejaban ver en los encabezamientos, por ejemplo: Felicia de Santa Fe,
Rafaela, República Argentina, América, son un claro ejemplo de la dislocación de la
experiencia migratoria. No solo estas referencias topográficas van dando cuenta del derrotero
que seguía el sujeto en cuestión, sino también de un locus totalmente difuso, de contornos
indefinidos como República Argentina, o la más vaga aún y siempre imaginaria América.
Como vemos el desplazamiento del migrante se da en distintos sentidos, tanto emocional
como físico y social. Para quienes habían optado como destino las colonias del centro de
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Santa Fe se encontraron, sobre todo a partir de las décadas finales del siglo XIX, con una
oferta favorable. La estrategia colonizadora, como la que llevaban a cabo las empresas
particulares (Gallo, 1983), les permitirían sobre la base del trabajo personal y el ahorro como
acumulación, hacerse en plazos razonables, con la propiedad de la tierra. Como resultado, en
departamentos de esta región, como Castellanos por ejemplo, hacia 1895 el 61% de los
colonos eran propietarios (Segundo Censo Nacional de Población, 1895). Claro está que como
agricultores sin embargo seguían dependiendo para su fortuna personal de los ciclos de la
naturaleza, que no siempre acompañaba sus esfuerzos, de ahí que muchas veces aquí va mal y
hay miseria por todos lados. Pero en ese mundo en relación tan simbiótica con la naturaleza,
las colonias agrícolas contenían también otra realidad, la de los pequeños centros urbanos,
ubicados más o menos en el centro de las mismas, que abastecían de bienes y servicios a los
colonos. Entre 1869 y 1887 la población provincial había pasado de 89.117 habitantes a
220.332, principalmente gracias al aporte de los flujos migratorios, en tanto el número de
pueblos dispersos por la amplia llanura dedicada a la producción cerealera, ascendía a 65
(Primer Censo Provincial, 1887). Formados también mayoritariamente por inmigrantes, allí
las posibilidades de éxito se despegaban de los factores naturales para pasar a depender de la
astucia, la inventiva, el ingenio para los negocios, la capacidad emprendedora que cada uno
podía demostrar. En el pueblo Rafaela, cabecera del citado departamento Castellanos,
encontramos a poco más de algunas décadas de su formación, que aparte de los servicios que
brindaban médicos, abogados, parteras, dentistas, se publicitaban más de 43 rubros
comerciales que cubrían las más diversas ofertas. Al reparar en los apellidos, rápidamente se
constata la preeminencia de extranjeros en la mayoría de los casos (Anuario Nacional, 1912).
Hubo situaciones en ese contexto en que algunos pudieron hacer verdaderas fortunas y
emprender así la tan ansiada vía del ascenso social, como el caso de los que poseían
almacenes de ramos generales, o los que se atrevían con algún desarrollo industrial como
molineros, fabricantes de alimentos o de implementos y maquinarias.
El acceso a la propiedad rural como el emprendedurismo urbano ayudaron a estabilizar las
relaciones con el territorio, con el que comenzó un proceso de transición emocional a medida
que se afianzaba una relación tanto efectiva como afectiva. Sin embargo, más allá de la
situación de arraigo que se iba concretando, la añoranza por la tierra dejada, entre la primera
generación de los emigrados, permanecía.
Las distancias geográfica y temporal seguían estando presentes y se interponían en la relación
con la familia que había quedado del otro lado del océano, en la otra orilla de este espacio de
tensión. Es así que, en el epistolario de los Racca encontramos que transcurridos varios años
de aquella situación de angustia que confesara Giorgio a su hermana, en otra carta fechada en
1923 decía:
“Querida madre, mi deseo sería poder hablarle personalmente,
háganme saber si viene otra vez conmigo.
Yo si podría, partiría enseguida a buscarlos pero que quieren, no
puedo, es demasiado lejos y no puedo dejar a la familia sola.”
Racca, F., 2001: 48.
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En todo viaje, en todo desplazamiento, más allá del sentimiento de lejanía que imponen las
distancias, la idea del retorno no dejaba de estar presente. Mientras que para algunos sería
posible, aunque no definitivo, gracias a la situación económica que habían alcanzado, para
otros lo era metafórico, a través de la imaginación, y para muchos una situación de un estado
en suspensión. En general se quería por todos los medios retener alguna imagen que
permitiera reconocerse antes de que todo rastro se diluyera por las amenazas del olvido: en
cuanto a los retratos (…) les ruego por favor de mandarlos ustedes porque estamos muy
desesperados por verlos, especialmente yo que casi no los reconozco más después de tanto
tiempo que no nos vemos” (Racca, F., 2001: 29). Aunque bien vale aquí, más allá del deseo
explícito y que seguramente intuían esos hombres y mujeres, aquello de que la fotografía
reproduce lo que ha tenido lugar una sola vez repite mecánicamente lo que nunca más
podrá repetirse existencialmente (Barthes, 2003:28).
Lo que no podrían evitar estos trasterrados era sin embargo el proceso de transformación que
irían viviendo a medida que la brecha entre ambos mundos se acomodaba al tiempo y al lugar
específico en los que seguían transcurriendo sus vidas.
Vivir, gozar, morir.
Una de las tareas más imperiosas que aguarda a quien emigra es la de construir, construir
lazos y vínculos para asegurar la inserción social, así como construir materialmente también
un nuevo hábitat.
Como sostienen Reyes Tovar y Martínez Ruíz (2015: 6) la primera dimensión de la
inscripción espacial de quienes migran en su nueva experiencia pasa a ser aquél o aquellos
lugares donde inscriben sus contextos de acción, su nuevo mundo, con el que empiezan a
identificarse y apropiarse en diferentes niveles.
La arquitectura de aquellos inmigrantes que nos interesan, como la de tantos otros que
pasaron o pasan por este tipo de experiencia, se basaba sobre todo en sus inicios, en la
seguridad como valor central (Dickinson, 2021). Se debía construir lo más rápidamente
posible una casa y se la hacía con los materiales disponibles, como el ladrillo y la chapa,
aunque fueran muy distintos de los que se empleaban en el lugar de origen. Desde el punto de
vista formal, el resultado no era más que una caja compacta, austera. De forma rectangular,
una puerta y unas estrechas ventanas con barrotes calaban las fachadas con ausencia de
adornos o aplicaciones que dieran indicios de alguna intención estética, tal como registraron
los primeros fotógrafos ambulantes que recorrieron las colonias santafesinas (imagen 1).
Esta arquitectura sin arquitectos, respondía a una planificación básica: una cocina-comedor y
dos o tres cuartos que harían de dormitorios como para dar cobijo a un mero importante de
hijos que nacerían en el nuevo hogar, premisas esenciales en relación con una familia en
expansión y la búsqueda de estabilidad.
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Imagen nº 1. Casa de colono en Nuevo Torino (Santa Fe). Fotografía tomada por Ernesto Schlie
(ca.1887). Fuente: Priamo, (2000).
El panorama constructivo sin embargo comenzaría rápidamente a evidenciar diferencias entre
las viviendas que los colonos levantaban en la zona rural con respecto a los que vivían en los
pueblos, tal como se evidenciaba en la colonia Rafaela hacia 1895 (gráfico A).
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Fuente: Segundo Censo de la República Argentina 1895.
Las diferencias en la calidad de las construcciones eran evidentes; mientras en el centro
urbano predominaban las casas de azotea (65,8%), en la zona rural lo hacían las de techos de
paja, zinc, madera (55,6 %) lo que nos da la pauta de un hábitat mucho más rústico, hasta
precario. Lo mismo ocurría con aquellas de techos de teja (19,3%), más frecuentes en el área
urbana que en el campo (5,1%). En el pueblo, por otra parte, ya se insinuaba el despegue
económico de los más prósperos, aunque muy pocas, por entonces aparecían las primeras
casas de dos plantas (0,5%). Poco después, hacia 1898, en el repaso de alguna guía comercial
de entonces, se podía constatar la oferta de los más variados servicios vinculados con la
construcción, Aparecían así carpinteros, herreros, ladrilleros, albañiles, entre quienes los
apellidos italianos monopolizaban todos los gremios (Guía Argentina, 1898).
De aquellas situaciones iniciales y cuando la vía del ascenso social posibilitó para algunos
consolidar su situación, la vivienda pasó a ser una cuestión de status, un símbolo tangible del
éxito y su arquitectura debía demostrarlo. Si bien son casos particulares en esta geografía, no
menos interesante se nos presenta la cuestión de cómo a través de esas arquitecturas se puede
reconocer la tensión entre el arraigo en un nuevo territorio y la añoranza por la tierra dejada.
Tomamos como ejemplo de esta situación, en lo que refiere a vivienda, el denominado
popularmente Castillo de Foti, construido en Rafaela a mediados del siglo XX.
José Foti era un inmigrante nativo de Calabria (Italia) que, con tan solo 20 años de edad, en
1928 arribó a Argentina. Su primer destino fue Rosario (Santa Fe) donde se desempeñó como
pirotécnico en la casa Scalona. Dedicado a la manufactura de la pirotecnia se estableció
posteriormente en Rafaela donde terminó construyendo un importante polvorín para la
fabricación de altos explosivos.
0 10 20 30 40 50 60 70
casas de azotea
techo de tejas
techo paja, zinc, madera
casas de 2 pisos
Gráfico A. Viviendas colonia Rafaela (Santa Fe,1895)
en porcentajes
rural urbano
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A comienzos de la década de 1950 Foti, con una posición económica ya consolidada
entregó, según la tradición familiar, cuatro fotos de castillos italianos al técnico constructor
Victorio Ferpozzi para que le construyera en Rafaela uno que tenga algo de aquéllos pero que
no sea copia de ninguno de ellos (Balangero, J. Kalbermatten, R., 1997).
Hacia 1952, el técnico Ferpozzi había dado forma finalmente al encargo recibido,
concluyendo con los planos del castillo. La singular vivienda se levantó en la intersección de
uno de los cuatro boulevares fundacionales de Rafaela, el que recuerda al formador de la
colonia Guillermo Lehmann, en intersección con la calle Ernesto Salva, no muy lejos de
donde se encontraba la manufactura de pólvora del citado Foti (Fotografía nº 1).
Fotografía nº 1. Castillo de Foti. Rafaela (Santa Fe). Fotografía propia.
La implantación del castillo en el terreno, a 45 grados en forma paralela a la línea de ochava,
hizo que esta disposición le otorgue un carácter aún más escenográfico, ya que se recortaba
así claramente en la ortogonalidad de la trama de una ciudad aún de casas bajas, unas junto a
otras, que no se despegaban de la línea de edificación. La puesta en escena de semejante obra
adquiría además de su dimensión visual un carácter simbólico, ya que hacía las veces de un
telón de fondo; en ese lugar culminaba el adoquinado del citado boulevard, y la ciudad
empezaba a encontrar uno de sus límites, prologándose en calles de tierra y viviendas cada
vez más humildes.
El castillo funcionalmente respondía a las demandas que bien podríamos identificar como de
una familia de clase media en ascenso, propio de la época, y muy lejos de las necesidades de
los señores feudales de otros tiempos. Contaba con sótano, planta baja donde se distribuían
living, comedor, escritorio, un dormitorio, cocina y garage. En la planta alta se dispusieron los
restantes dormitorios, continuando luego con una planta de servicio, para rematar en un nivel
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superior con un importante mirador. Para su construcción se utilizaron piedras de Córdoba
cortadas a medida y mármoles italianos para los interiores, siendo del mismo origen la
cristalería y los artefactos de iluminación. No faltaron los elementos de confort, ya que fue la
primera vivienda de Rafaela que contó con un equipo de frío-calor, y su propietario, amante
de la música lo dotó con un importante equipo de sonido, con el que desde la terraza de su
castillo sonorizaba a su entorno (Imfeld, 2018).
Si bien desde la mirada específica de quienes lo abordaron como parte de la arquitectura
lugareña y que contextualizándolo en su tiempo lo han calificado como ejemplo de un
pintoresquismo fuera de época (Balangero, J. Kalbermatten, R., 1997), no menos interesante
nos parece reparar en lo que veníamos señalando a fin de darle mayor densidad a la mirada.
Una arquitectura como ésta, más allá de sus valores formales y funcionales, de quien la
proyecta, es también expresión de quien la encarga, de su situación social, cultural, de su
posición económica, de su propio universo personal y social de símbolos (Redondo Gómez,
2018). El valor simbólico del castillo, que históricamente aparece asociado con la nobleza, el
poder, el linaje familiar, fue recogido por aquél emigrado que en la etapa de madurez de su
ciclo vital quiso reafirmar su status, su lugar en este su nuevo mundo. A través de su castillo a
la italiana parecía plantearse además un retorno inconcluso, no había un regreso físico a la
Calabria natal, aunque se mandara traer materiales de la propia Italia para dar brillo y realce a
la obra, para que tenga algo de aquél lugar. Ahora aquí, en otro paisaje, en plena llanura
santafesina, en compensación se vivía en un castillo como los de allá.
No faltaron sin embargo aquí también aquellos otros en que la fortuna personal reunida les
permitiera el retorno físico, incluso en reiteradas oportunidades. Tal el caso de Faustino
Ripamonti, uno de los más prósperos comerciantes de ramos generales de toda la vasta región
de la llanura santafesina conocida como pampa gringa. Su desplazamiento por el territorio
migratorio en principio, siendo muy joven, lo llevó en 1857 desde Villa Romanó
(Lombardía, Italia) a Paraná (Entre Ríos), entones la capital de la Confederación Argentina. A
partir del inicio del proceso colonizador en Santa Fe, con la formación de Esperanza en 1856,
el derrotero tuvo continuidad entre 1863-1879 por las colonias que se iban formando hacia el
oeste de aquella, para recalar finalmente en Rafaela. Aquí se estableció en 1887 instalando un
almacén de ramos generales a un costado de la plaza central para abastecimiento de una
región en expansión. El proceso de acumulación, tanto de experiencia como de capital
económico a lo largo de todo ese recorrido, hizo que este se convirtiera en el empresario de un
verdadero emporio comercial de proyección regional, incluso con sucursal en la vecina San
Francisco (Córdoba). Su fortuna como dijimos le permitiría volver en reiterados viajes con su
familia a Villa Romanó dado que seguía teniendo control sobre la propiedad de origen de los
Ripamonti, Allí según testimonios solía arribar cada dos años donde:
[…] lo esperaba todo el pueblo en la estación y con la banda de
música.
Su llegada era una fiesta, nos dice el párroco de Villa Romanó, Pbro.
Giovanni Ponzoni en una de sus cartas, y agrega con su apoyo
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algunos romaneses buscaron en Rafaela trabajo y fortuna y esta
última no les fue esquiva.”
Stoffel, L., 1995: 88.
Al ascendiente ganado entre sus antiguos coterráneos sumó el rol de benefactor tanto para su
patria de origen, como por ejemplo las colaboraciones económicas a la Cruz Roja italiana
durante la I Guerra Mundial, como así también entre los emigrados en esta región de Santa
Fe. Se recuerdan además sus contribuciones a instituciones de la italianidad y en general a
aquellas que favorecieran el desarrollo local y regional. Por estos motivos Ripamonti pudo
emerger de la masa anónima de los emigrados italianos a las Américas, para recibir de parte
del gobierno peninsular como reconocimiento el tulo de Commendatore. Esta distinción
especial colocaba a quien la recibía entre los prominenti (Devoto, 2006) es decir aquellos
hombres destacados a los que les era permitido participar en las más importantes actividades y
espacios simbólicos del colectivo migratorio. Ripamonti podía gozar así tanto de los
beneficios de su fortuna personal como del reconcomiendo honorífico que le fuera concedido.
En los frecuentes viajes a Europa no solo la agenda incluía el retorno a la villa originaria, sino
que como turista aprovechaba para recorrer otros lugares. Es así que en uno de esos viajes
quedó gratamente impresionado por un reloj floral que vio en Interlaken (Suiza) y que decidió
entonces mandar a construir uno idéntico para su residencia en Argentina. Para ello adjuntó
una fotografía de aquel reloj suizo (imagen 3 a) y encomendó los planos a la firma Flli.
Miroglio de vía Madama Cristina 87 de Torino (Italia), según la documentación que se
encuentran en el Archivo Histórico Municipal de Rafaela (imagen nº 2).
Imagen nº 2. Plano original de la firma Miroglio de Torino (Italia) para el reloj floral encargado por
Faustino Ripamonti. Fuente: A.H.M.R.
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La muerte de Ripamonti en 1929 no le permitió ver concretado el proyecto de su anhelado
reloj, por lo que los planos quedaron archivados por unos años. Al cumplir 50 años la casa
comercial por él fundada, se decidió donar el reloj a la Municipalidad de Rafaela, asumiendo
la empresa los gastos que demandara la instalación y el mantenimiento para su buen
funcionamiento. La ubicación elegida, en la plaza principal frente al comercio y la residencia
particular de la familia Ripamonti (Imagen nº 3b), no solo sumó un elemento paisajístico a tal
entorno, fruto de la generosidad de los donantes, sino que se convirtió a la manera de un hito
urbano, en recuerdo postrero de quien lo mandara pedir a su tierra de origen. La ubicación en
relación con la centralidad de la plaza en la trama urbana no era algo aleatorio, para el
inmigrante exitoso también se reclamaba un lugar, más allá de aquel que estuviera reservado
para los héroes del panteón nacional.
Los frecuentes retornos a Italia habían cesado, pero quedaba ahora una marca tangible, con
intención de permanencia en la tierra en la que finalmente se murió.
Imagen nº 3a Imagen nº 3b
Imagen n° 3a. Fotografía de reloj floral en Interlaken (Suiza) que se conservaba en el archivo
Ripamonti. Fuente: Stoffel, L., 1995. Imagen n° 3b. Reloj floral donado por la familia
Ripamonti ubicado en la plaza 25 de Mayo de Rafaela a poco de ser inaugurado (ca.1940).
Fuente: A.H.M.R.
Desde hace ya varios años el reloj añorado del inmigrante con el que se quiso marcar un
tempo en el desarrollo histórico de su localidad de adopción, no funciona, se detuvo, como se
detuvo hace medio siglo el tiempo de los grandes almacenes de ramos generales, como se
detuvo también la oleada inmigratoria italiana hacia la Argentina.
Pero si hay un lugar donde los inmigrantes trataron de trascender al paso del tiempo y al
olvido, fueron los cementerios de las colonias agrícolas. Levantados en medio del campo,
lejos de los centros urbanos, sus siluetas definidas por altas construcciones, coronadas por
cúpulas de los más diversos estilos, ángeles que parecen emerger de ellas, entran en claro
contraste con la simplicidad de las construcciones domésticas, tanto rurales como urbanas,
donde moraban en vida aquellos que mandaban hacer esas construcciones. Mientras el espacio
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público fue aprovechado por el estado para narrar a través de la nominación de plazas, de la
construcción de monumentos, de la nomenclatura urbana, su versión del pasado nacional, que
se consideraba imperiosa para hacer frente a la presencia inmigratoria, los cementerios
ofrecieron la posibilidad de que las familias contaran su propio pasado y buscaran también
ellas eternizarse. No fue un fenómeno exclusivo de fines del siglo XIX y comienzos del XX
de las grandes ciudades, en las pequeñas poblaciones, sobre todo en las áreas de recepción y
afincamiento de inmigración europea, esto se replicó de manera singular.
El cierre del ciclo vital de aquellos inmigrantes y su descendencia parecía requerir para
muchos la necesidad de una construcción funeraria que permitiera a la familia permanecer
reunida más allá de la vida terrena. La tríada existencial se había construido en torno de la
propiedad de la tierra, el trabajo individual, y la unión familiar; el panteón en el cementerio
local, levantado con los materiales más sólidos, sobre una concesión dada en perpetuidad,
parecía así sintetizarlo.
El desvelo por el panteón familiar llevó en casos, como el de los hermanos Porta de la colonia
Vila, a emprender una obra de calidad y dimensiones que escapa al asombro de quienes
recorren el lugar.
Aquí la idea migrante del retorno se materializaría a través de una arquitectura que replica un
modelo de construcción funeraria de la patria dejada. En efecto, como se puede ver se trata de
una copia, con alguna pequeña variación, del panteón de la familia Castagnino que se
encuentra en el cementerio de Staglieno (Génova, Italia) obra del escultor Orengo (imagen
4 - fotografía nº 2).
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Imagen nº 4 Fotografía nº 2
Imagen n° 4. Lámina panteón familia Castagnino en el cementerio de Staglieno (Génova, Italia).
Fuente: C.Crudo & C. Il Cimetero di Staglieno a Genova (s/f). Fotografía nº 2. Panteón familia Porta
en el cementerio de Vila (Santa Fe, Argentina). Fotografía propia.
Govanni Battista Porta y su esposa María Beltramino habían arribado procedentes de Piscina
(Torino, Italia) al puerto de Buenos Aires el 9 de noviembre de 1885. Lo hicieron
acompañados de seis hijos y tuvieron como primer destino la colonia Lehmann (Santa Fe).
Hacia 1887 ya se encontraban establecidos en la colonia Vila, donde permanecerán como
propietarios rurales. Por entonces la famlia se había agrandado con la llegada de tres hijos
más nacidos en Argentina
1
. En 1924 los hermanos Nicolás, Domingo, Juan, Pedro y
Francisco Porta celebraron un contrato con los constructores José Quagliotti y Luis Mariotti
para la construcción de un panteón en el cementerio de Vila. La copia del aquél contrato que
se conserva en el archivo famliar, nos permite acceder a algunos detalles, como que los
constructores en aquél acto ante el Juez de Paz de la colonia y dos testigos hicieron entrega
del plano y croquis “debidamente firmados á los Señores Porta Hermanos y como también el
dibujo ilustrado que también lo firmaron” (A.F.L.P). Como sabemos las construciones
funerarias de la época respondían en mucho a la denominada arquitectura de catálogo. Por la
semejanza que guarda este panteón con el que aparece en el catálogo del cementerio de
Staglieno publicado por C. Crudo (s/f), nos hace suponer que aquellos constructores
posiblemente habrían hechado mano del mismo para ofrecer algún modelo adpatado al gusto
1
Véase. Familia Porta: en el horizonte, la prosperidad, en
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nosotros › NOS-10
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de sus circusntanciales comitentes. Esto nos lleva a conjeturar que aquel dibujo ilustrado que
tenían los cosntructores podría ser una foto o lámina del panteón Castagnino. Basta recorrer
los cementerios de las colonias agrícolas para advertir que como éste se repiten otros ejemplos
que recuerdan las construcciones realizadas tanto en Staglieno como también en el cementerio
de Verano de Roma. Pero si hay otros detalles que surgen de la lectura de aquél contrato y
que no dejan de llamar la atención son las dimensiones: 8 metros de frente, 4,50 metros de
fondo y 11,50 metros de altura. Resuelto en dos plantas puede albergar 64 nichos, a lo que
hay que sumar un sótano de 3 por 3 metros que hace las veces de osario. Semejante obra nos
da la pauta de la numerosa descendencia de aquél matrimonio de inmigrantes que se
planificaba reunir aquí para su descanso eterno. Por cierto también que el costo que insumiría
no era un detalle menor. Fijado en siete mil pesos de la moneda de entonces, los propietarios
se comprometían según el contrato, a entregar la mitad cuando los constructores techaran la
obra, y el resto al concluir con los trabajos finales. Detalles como el acabado exterior
imitación piedra, las tapas de los nichos en mármol pulido con manijas niqueladas, dan cuenta
a su vez de la calidad que se pretendió.
Podríamos decir entonces al contemplar esta obra que estamos ante un ejemplo de una
arquitectura desplazada para una población que se había desplazado, que con la reproducción
de un trozo de la tierra dejada parecía querer materializar el imaginario del origen. Era
también una forma de inscribir la muerte en un contexto espacial y simbólico de especial
significación. La referencia genealógica con la inscripción del apellido famliar en la
arquitectura del panteón, hace las veces de una marca indicial que parece querer recupaerar el
origen ante el desamparo, el extrañamiento que provoca la migración, al mismo tiempo que
legitimar una condición social. Así y todo no deja de llamar la atención el interés puesto en la
construcción de una obra funeraria que entraba en claro contraste con la simplicidad de las
viviendas donde seguían morando quienes lo mandaron construir. En su implantación, al
levantarse despegado de otras construcciones ayuda a su vez a exaltar la individualidad al
tiempo que cumple una clara función comunicativa, proporciona una lectura clara, directa,
que ayuda a fijar una memoria y comunica sentidos. Por otra parte, el peso de la masa
construida parece manifestar una intención de arraigo, de permanencia en un contexto de
situación. De allí que el cementerio como espacio escénico, donde las familias podían rendir
culto a sus antepasados y exteriorizar su posición social, reafirmaba entre aquellos
inmigrantes y su descendencia su condición como lugar de representaciones.
Para seguir pensando.
El colectivo inmigratorio que impulsó la denominda era aluvional en Argentina, y en
particular el italiano, sabemos que poco se presta para generalizaciones dada las variadas
situaciones y realidades que contuvo. El sujeto inmigrante italiano fue tan plural y diverso,
como tan numeroso y complejo fueron los flujos migratorios que los trajeron hasta este lugar
del otro lado del Atlántico, y aún aquí se vivieron articulaciones complejas, disímiles y hasta
contradictorias (Blengino, 1990), en la vasta geografía por que la que se dispersaron. A nivel
regional, la literatura constru un arquteipo, el gringo colonizador, que devino en actor
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principal del mito fundante de las colonias agrícolas santafesinas (Crolla, 2014)
2
. En él se
centralizaron valores como el trabajo, el esfuerzo, el sacrifico, que realizaron en tanto
extranjeros que engrandecieron el lugar. Pero más allá del mito y su intención
ejemplificadora, sabemos que si bien compartían las ansias de hacer la América, enfrentados
individualmente a la nueva realidad, los resultados serían diferentes. El tipo de trabajo, la
inserción social, la fortuna personal que llegaran a reunir o no, marcó diferencias en un
proyecto que en su culminación podría llevarlos a ocupar el lugar de pequeños y medianos
propietatios rurales o pequeños y medianos burgueses en los centros urbanos.
La dislocación como experiencia que vive todo inmigrante, trató de ser compensada entonces
a través de anclajes afectivos y materiales, pensados tanto en función de las relaciones de
copaesanidad, como de aquellas otras, las de famlia, que separadas por la distancia, se las
quería retener. Y así como la correspondenica permitía mantener esa copresencia con la
familia lontana, con el paese, la arquitectura con su materialidad lo haría más tangible aún. El
desvalimiento ante la falta de aquello que quedó allá, en el lugar desde donde se partió,
encontró en casos como estos, en la obra material, el objeto que parece venir en su auxilio.
No se nos escapa sin embargo que se trató de casos particulares en un espacio recortado, en
ámbitos fragmentados, pero también es cierto que más allá de las series estadísticas, de los
análisis económicos, que hacen posible abarcar el problema de las migraciones en su
dimesnión macro está, como suele recurrirse a lo que planteara Berger, el recurso de la
metáfora, que nos permite comprender las fuerzas que condicionan la vida de los emigrados y
visualizarlas en tanto destino individual (Margueliche, 2020). Precisamente los casos que
hemos escogido, lo han sido por su valor simbólico y matafórico: el castillo, el reloj , la
tumba, no son más que algunas de las metáforas de destinos individuales que rebozan de
significados. Distinción y nobleza, el control del tiempo, la ilusión de eternizarse, más allá de
figuras retóricas del lenguaje podemos entenderlas como los anhelos por formas estables que
ayuden a ordenar y organizar esa tensión entre el presente vivido, el recuerdo del pasado, el
futuro imaginado.
La arquitectura, tal como lo hemos planteado en cuanto texto, tiene una función comunicativa,
contar la historia de un momento dado, de los sujetos, de sus tiempos, de los modos de
habitar, y esto en un entorno que da vida a esos textos (Metti, 2010). La experiencia vivida
subjetivamente es aquí culturalmnte compartida y comunicable, en entornos como los de estos
casos, signados por la presencia de numerosos otros que coparten un origen similar.
Eatas obras que tuvieron como referentes icónicos imágenes reproducidas / conservadas en
fotografías, son expresión de ausencias que permiten trasladarnos con la imaginación a otros
lugares, a otros momentos. Aquellos objetos fotografiados formaban parte de recuerdos, lo
que les permitía experimentar no solo el carácter pasado de cosas materiales ausentes, sino
una parte fundamental de su propio tiempo, de sus propias historias. Por eso más allá de los
2
Nos referimos entre otros a la obra literaria de José Pedroni, Mario Vecchioli, Lermo Balb. Véase
Crolla, A. (2014). Configuraciones de la italianidad en la literatura santafesina: archivos y patrimonio
de la memoria gringa. Crolla, A. (Dir.) Altrocché1 Italia y Santa Fe en Diálogo, 85-116 p.p, Ediciones
UNL, Santa Fe. Argentina.
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valores estéticos, esas imágenes evocadas parecían, para quienes las conservaban, lanzarlos
hacia un deseo que excedía lo que se mostraba. En su carácter de agentes sociales capaces de
materializar recuerdos en productos culturales que se convierten en vehículos de sus
memorias personales, lograron no solo represetar sus pasados, sino que lo incorporaron
performativamente en sus propias ocmunidades (Jelin, 2002 ). Lo que la emoción en casos
como estos genera, al decir de Bauert (2010: 55) no tiene que ver con la forma, sino con el
recuerdo de un contexto, con el reocnocimiento de lo fotografiado”y reproducido. Fue el
pasaje de la imagen fotográfica a la obra, lo que posibilitó construir ese discurso material del
lugar añorado de estos inmigrantes en sus nuevas realidades, con el que se trató de reparar
ausencias y afirmar la posición alcanzada. Así como no encotraron resistencia para
legitimarse en estos espacios, para habitarlos, transformarlos, tampoco la hubo para dejar sus
marcas y dar sentido. Pudieron por distintas circunstancias disponer de escenas locales donde
representar sus historias que adquieren un valor visual y de permanencia para un público que
pasó a ser testigo de sus logros.
Conclusiones.
En este trabajo nos propusimos indagar en torno de la situación que experimentaron los
inmigrantes entre la añoranza por la tierra dejada y el arraigo en el nuevo lugar y cómo esto se
materializó a través de la escenificación de determinados objetos arquitectónicos, así
también los significados que adquirieron en el espacio de las colonias agrícolas del centro
oeste de la provincia de Santa Fe, entre fines del siglo XIX y primera mitad del XX.
A través de los casos seleccionados podemos advertir que, más allá de ser evocadores de
imágenes de la tierra de origen, posibilitaron escenificar historias individuales y familiares
como parte de un proceso de reescritura en las nuevas localizaciones. Así mismo, damos
cuenta de que la lectura de dichas obras nos pone ante la confluencia de dos textos, el propio
de la arquitectura que se expresa a través de las formas y sus significados y el de la
experiencia subjetiva de los que las mandaron a construir. Estas obras, en tanto objetos
tangibles, se nos presentan/representan entonces como estructuras de afirmación simbólica de
tales sujetos.
Más allá de los datos y conjeturas presentadas y si bien no podemos establecer
generalizaciones, queda abierto un camino para seguir interrogando y repensando en
cuestiones como las discontinuidades, hibridaciones y reconfiguraciones identitarias que
acompañaron los procesos migratorios en diferentes contextos.
REFERENCIAS
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Daniel J. Imfeld
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Daniel José Imfeld
Profesor de Historia (ISPNª2R). Posgrado en Historia Pública y Divulgación Social de la
Historia (UNQ). Licenciado en Gestión de Instituciones Educativas (UCSE). Miembro de
Número de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe. Miembro del Centro de
Estudios e Investigaciones Históricas de Rafaela. Miembro de la Asociación de Amigos del
MMAUP y de la Comisión Municipal de Preservación del Patrimonio de Rafaela (Santa Fe).
Miembro de la Red Académica de Estudios sobre la Muerte y los Cementerios. Profesor
invitado Facultad de Arquitectura (UCSF- sede Rafaela). Autor de artículos y libros sobre
inmigración, colonización, patrimonio histórico y cultural.