Clara Patricia Triana Morales, Susana Barrera Lobatón y Fabio Alberto Pachón
ARTE, MAPAS Y GESTIÓN RURAL: EXPERIENCIA DE CONSTRUCCIÓN COLECTIVA DE UNA
METODOLOGÍA PARTICIPATIVA PARA LA ACTUALIZACIÓN DE EOTs EN EL MUNICIPIO DE
PUENTE NACIONAL SANTANDER (COLOMBIA)
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ARTE, MAPAS Y GESTIÓN RURAL: EXPERIENCIA DE CONSTRUCCIÓN
COLECTIVA DE UNA METODOLOGÍA PARTICIPATIVA PARA LA
ACTUALIZACIÓN DE EOTs EN EL MUNICIPIO DE PUENTE NACIONAL
SANTANDER (COLOMBIA)
ART, MAPS AND RURAL MANAGEMENT: EXPERIENCE OF COLLECTIVE
CONSTRUCTION OF A PARTICIPATORY METHODOLOGY FOR THE
UPDATING OF EOTs IN THE MUNICIPIO DE PUENTE NACIONAL
SANTANDER (COLOMBIA)
ARTE, MAPAS E GESTÃO RURAL: EXPERIÊNCIA DE CONSTRUÇÃO
COLETIVA DE METODOLOGIA PARTICIPATIVA PARA ATUALIZAÇÃO DE
EOTs no MUNICIPIO DE PUENTE NACIONAL SANTANDER (COLOMBIA)
Clara Patricia Triana Morales
Directora Colegio Colombia Hoy, Facatativá-Colombia
cptrianam@gmail.com
Susana Barrera Lobatón
Fabio Alberto Pachón
Resumen
Este artículo presenta la construcción colectiva de una metodología participativa para la
actualización de Esquemas de Ordenamiento Territorial (EOT), desde un estudio de caso en
el municipio de Puente Nacional (Santander, Colombia). La experiencia recoge las tensiones
existentes entre lo que se plantea a los territorios desde los niveles institucionales y la
cotidianidad de la comunidad, en especial de quienes viven, estudian y trabajan en el campo.
El enfoque se orienta a la comprensión de la participación como una oportunidad de
encuentro sensible en la que lo simbólico y lo pedagógico juegan un papel tan importante
como lo instrumental.
Palabras clave: Metodología, Puente Nacional, arte, cartografía participativa, gestión rural,
construcción simbólica, territorio.
Clara Patricia Triana Morales, Susana Barrera Lobatón y Fabio Alberto Pachón
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METODOLOGÍA PARTICIPATIVA PARA LA ACTUALIZACIÓN DE EOTs EN EL MUNICIPIO DE
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Abstract
This article shows the collective construction of a participatory methodology for updating
land-use schemes, based on a case study in the Municipality of Puente Nacional (Santander).
The experience collects the reflections that surged in the face of the existing tensions between,
what is posed to the territories from the institutional levels and the daily life of the inhabitants
of the municipality, especially those who study and work in the countryside. The approach is
oriented to the understanding of participation as an opportunity for sensitive encounters in
which symbolic and pedagogical issues play a role as important as the instrumental one.
Keywords: Methodology, National Bridge, Art, Participatory Cartography, Rural
Management, Symbolic Construction, Territory.
Resumo
O presente artigo advém da construção coletiva de uma metodologia participativa destinada a
atualização dos Esquemas de Ordenamento Territorial (EOT), a partir de um estudo de caso
no município de Puente Nacional (Santander). A experiência recorre às tensões existentes
entre as propostas para os territórios desde os níveis institucionais e a cotidianidade da
comunidade, em especial os que vivem, estudam e trabalham no campo. A abordagem está
embasada na compreensão da participação como oportunidade de encontro sensível onde o
simbólico e o pedagógico desempenham um papel tão importante quanto o instrumental.
Palavras-chave: Metodologia, Puente Nacional, Arte, Cartografia Participativa, Gestão
Rural, Construção Simbólica, Território.
Clara Patricia Triana Morales, Susana Barrera Lobatón y Fabio Alberto Pachón
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METODOLOGÍA PARTICIPATIVA PARA LA ACTUALIZACIÓN DE EOTs EN EL MUNICIPIO DE
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Introducción
Casi 23 años han transcurrido desde la expedición de la ley 388/97, que brindó los
fundamentos para el ordenamiento territorial de los municipios del país. Con esta se buscaba
que cada uno de ellos identificará la dirección hacia un ideal de desarrollo económico y
social, y que apoyados en la declaración de Río de 1992 se sumergieron en el concepto del
desarrollo sostenible.
La ley ofreció a los planificadores una metodología estructurada por categorías, que buscaban
homogeneizar, para volver compatible y comparable la zonificación de los municipios y toda
la carga legal para declarar el uso de las áreas definidas en los planes. Así mismo les exigió
un avance en la cartografía de los territorios con herramientas de Sistemas de Información
Geográfica, en ese entonces incipientes, el reconocimiento de las potencialidades físicas y
económicas de los espacios bajo su jurisdicción y la aplicación del concepto de desarrollo
sostenible (ONU, 2004), en la planeación de sus espacios y un proceso participativo para la
elaboración de planes.
Pasado el tiempo las dinámicas de los territorios y del conocimiento involucraron nuevos
derroteros a los planes de ordenamiento, entre estos, la teoría general de sistemas (Bertalanfy,
1968; Thomas, 1993; Cathalifaud et al, 1998; Garciandía, 2011) nos puso de presente que el
todo no es igual que la suma de las partes, por lo que se hizo necesario reglamentar la mirada
más regional a los territorios a través de los Planes de Ordenamiento y Manejo de Cuencas
Hidrográficas POMCAS (Decreto 1640 de 2012).
Tal como la teoría de la complejidad nos ha mostrado (Leff, 2002; Morin, 2007; Echeverry,
2008, Eschenhagen, 2008), se hizo ineludible entender que los territorios son dinámicos por
lo que hubo necesidad de incluir en los Planes de Ordenamiento Territorial los impactos de
los riesgos naturales (ley de riesgo 1523/2012), dictar disposiciones para la inclusión del
cambio climático (CAR-DGOAT, 2018) y sobre todo reivindicar la necesidad de trabajar
conjuntamente, no solo en términos temáticos y disciplinarios sino a través de una verdadera
participación ciudadana que permitiera entender las múltiples miradas de los habitantes de los
municipios y sus gobernantes a diversas escalas para así, definir en consenso los derroteros y
principios que los orientan.
La primera etapa de construcción e implementación de los EOTs evidenció varias
problemáticas, entre estas, que la insipiencia en el uso y manejo de los SIG (Sistemas de
información geográfica) llevó a muchos municipios a contratar empresas lejanas a ellos para
realizar mapas que la mayoría de las veces no respondieron a sus realidades. Se hizo
inminente la necesidad de cuestionar el uso de metodologías de clasificación desarrolladas en
contextos diferentes al colombiano, que venían siendo implementadas sin tener en cuenta las
realidades concretas, como es el caso de la clasificación de suelos utilizada para la
identificación de potencialidades físicas y económicas de los municipios, que dan como
resultado unidades y conjuntos de tierra sin historia, ni identidad. Se cuestionaron los alcances
fiscales del ordenamiento, los cuales dejaron ver pronto los intereses y las relaciones de poder
entre gobernantes y habitantes no solo locales sino vinculados con otras redes.
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Surgel debate sobre el concepto de desarrollo sostenible y la forma como hoy, las ‘nuevas
ruralidades’ entienden la relación ecosistema-cultura, la identidad del campo y el concepto de
desarrollo que idealiza las metrópolis y deja sin fuerza al campo y sin oportunidades al
campesino, que se ve obligado a migrar. La relación con la tierra, no es solo en torno a su
categoría de recurso para la producción de alimentos o insumos mineros, sino como lugar
donde se origina la cultura y por ende implica la necesidad de reivindicar y fortalecer los
símbolos de identidad, sensibilidad por el otro y por lo otro que es lo animal, lo vegetal, lo
natural. Se pensó sobre todo el concepto de territorio que trasciende la delimitación de
unidades, que se nutre de la cotidianidad, de la música, de la cultura y que es necesario
fortalecer desde todos sus habitantes, los niños, los adultos y los que desde lejos lo
gobiernan.
Como un intento de abordar de forma concreta y en la práctica algunas de estas
problemáticas, este artículo busca compartir la experiencia de construcción colectiva de una
metodología participativa para la actualización de EOTs, a partir de un estudio de caso en el
Municipio de Puente Nacional (Santander, Colombia). El estudio se hace en el marco del
proyecto Arte, Mapas y Gestión Rural”, el cual fue financiado por la Universidad Nacional
por la convocatoria de Extensión Solidaria 2018 Regiones y Comunidades Sostenibles”. En
este participó un equipo multidisciplinario de profesores y estudiantes de maestría
perteneciente a las Facultades de Artes, Ciencias Agrarias y Ciencias Humanas de la
Universidad y la Veeduría Cabildo Verde de Puente Nacional.
Antecedentes
Puente Nacional, un territorio a orillas delo Suárez, se convirtió en la oportunidad de pensar
cómo se elabora y cómo se actualiza el Esquema de Ordenamiento Territorial (EOT) de un
municipio. No sólo desde la normativa existente, sino a partir de aspectos tan diversos como
la genealogía de sus habitantes, el registro de las capas de tierra que lo componen, el
reconocimiento de los alimentos que han surgido de su tierra y las marcas de tiempos
geológicos mucho s extensos que el nuestro; cosas que a primera vista resultan apenas
perceptibles. Fue necesario situarnos en su presente, reconociendo que pretendíamos
infructuosamente, nombrar en segundos lo que ha tomado siglos en formarse.
Una primera impresión nos llevó a pensar que esta realidad, debería abordarse en toda su
riqueza en los principios del ordenamiento definidos en el Artículo de la Ley 388/97: “1.
La función social y ecológica de la propiedad. 2. La prevalencia del interés general sobre el
particular y 3. La distribución equitativa de las cargas y los beneficios”. No obstante nos
encontramos con que hay una distancia entre esa realidad y lo que los instrumentos técnicos
señalan, pues ellos desconocen las particularidades del tiempo histórico y las tensiones en que
la vida de los habitantes y su entorno se van desarrollando.
El reto era por tanto, proponer formas adecuadas para reconocer y abordar esa complejidad,
pensando el municipio como una red dinámica y no como la sumatoria de sistemas aislados y
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estáticos; tal como hoy en día lo asumen las diferentes teorías sistémicas o teorías de redes.
Esto implica entender que todos los sujetos que habitan un lugar, generan vínculos con él y
con los elementos que lo constituyen, le otorgan un sentido y de esta manera producen dichos
lugares. Vínculos que involucran tensiones, conflictos, afectaciones y apropiaciones.
El proceso inició en el año 2011, cuando dos integrantes de Cabildo Verde, llegaron como
participantes al evento convocado por ESTEPA y GeoRaizal “Geografía crítica, espacio y
poder en América Latina”, realizado en la Universidad Nacional de Colombia. Allí, un líder
de Cabildo Verde, manifestó su preocupación por la forma como el IGAC clasifica
oficialmente los suelos en el país. Esta clasificación del suelo (IGAC, 2014), olvida la historia
y vocación agrícolas de Puente Nacional y lo convierte en un municipio con potencial para la
extracción minera. La denuncia propició la posibilidad de seguir discutiendo sobre quiénes y
de qué manera toman las decisiones que determinan la cotidianidad y el futuro de las gentes y
los ecosistemas en un determinado territorio.
La red entre Puente Nacional y la Universidad Nacional de Colombia, se fortaleció en el año
2018, cuando se incluyó la participación de la Facultad de Artes y la Facultad de Ciencias
Agrarias en un intento de trabajo multidisciplinar, que dejó enseñanzas significativas en
relación con el acercamiento directo a la comunidad, y aportó a la construcción teórica del
conocimiento en el diálogo entre disciplinas y la generación de apuestas metodológicas en las
que pudieran confluir diversas formas de leer los territorios. Este ejercicio hizo visible la
importancia de las escuelas y colegios rurales en la apropiación ambiental, la necesidad de
incluir los riesgos naturales y antrópicos en las herramientas de gestión, la utilidad de
comprender el cambio climático y la forma en que el sello patrimonial de la comida local y la
cultura alrededor de su cultivo, consumo y cocina moldean la relación simbólica con el
espacio que se habita.
La representación de los espacios a través de herramientas SIG (Sistemas de Información
Geográfica) nos llevó a la identificación de errores asociados a la hegemonía de un espacio
cartesiano, sin apropiación. El concepto de autopoiesis (Agúero, 2010) aportado por Gonzalo
Escobar de Cabildo Verde, entendido como un sistema de participación que se auto-recrea en
su constante relación con el territorio, la cultura, el medio ambiente y el Estado, nos
fundamentó como grupo y nos fortaleció como red, atada al territorio de Puente Nacional.
De actores a protagonistas. El problema de la participación
Las redes de comunicación no solo se tejen en el espacio-tiempo entre individuos, sino
también con los mismos elementos, relaciones y objetos del espacio (Latour, 1999; Larrion,
2019). Cada uno de los “nodos” en una red puede tener el papel de receptor o de emisor, pero
siempre debe haber un flujo bidimensional para que exista un verdadero proceso de
comunicación. Los nodos de una red pueden estar constituidos por personas, objetos,
instituciones, colectivos o la unión de ellos y como nodos, aparecen y desaparecen, cambian
de rol, unas veces emiten, otras veces reciben dependiendo de la necesidad y pertinencia del
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mensaje. Las redes además son multiescalares y multitemporales; es decir unen tanto espacios
lejanos como cercanos y se tejen en largos o cortos tiempos.
Esto no es únicamente teoría, establecer los vínculos entre y con la comunidad en un territorio
con el fin de ‘ordenarlo’ es una tarea compleja que requiere propiciar diferentes tipos de
encuentro. Para nosotros no se trataba de abordar la tarea desde la mirada académica que nos
marca como investigadores, más bien esperábamos poder visitar las fincas, conocer el páramo
con los niños y comer un Balaypreparado entre todos nosotros. Luego de pasear, escucharnos
y escuchar, y compartir saberes y sabores, el registro de esos caminos se proyectó en
imágenes, en sonidos, en dibujos realizados colectivamente. Entre la música de la región y
palabras poéticas, surgieron las evidencias de los afectos y desafectos que unían o separaban a
unos y a otros con su paisaje.
De esta manera, poniendo nombre e imagen propia a los nodos, la palabra actores resultó
poco apropiada para pensar el impacto de quienes participaban de los procesos que
determinan las relaciones de la red. Los habitantes de Puente Nacional, pidieron ser tomados
en cuenta no solo como actores, sino como protagonistas de las transformaciones de su
municipio, dado que el término actores, les resultaba ajeno, propio de una escena y no de una
vida, efímero y poco adecuado a las temporalidades de la cotidianidad que se va convirtiendo
en historia.
En un espacio liso son las redes las que generan los nodos y no los nodos los que hacen las
redes (Deleuze y Guatarri, 2002), por esto, debía pensarse la forma como estas se implican
entre sí, en torno a uno o varios propósitos. En nuestro caso esos propósitos apuntan a lo que
llamamos en el momento de la formulación del proyecto las dimensiones: la construcción
simbólica del territorio, el fortalecimiento de la soberanía alimentaria, la geografía desde las
posibilidades que brindan los SIGP (sistemas de información geográficos participativos), la
percepción del riesgo y la amenaza en los municipios. Dimensiones que no eran otra cosa que
lugares específicos desde los cuales se hiciera posible situar la mirada para poder abordar el
paisaje que intentábamos observar.
Toda esta reflexión hizo que el sentido de la palabra ordenamiento se pusiera en duda, pues la
acción de ordenar, supone establecer de antemano y desde un lugar jerárquico las
clasificaciones que determinan la manera en que deben darse las relaciones en la red; una
forma estática de actuar sobre una red dinámica, algo que claramente no permite la fluidez, así
que más bien la actualización de los EOTs fue pensada por el equipo de investigación, como
ejercicio de entendimiento de un proceso en constante transformación y gestión.
Los protagonistas que habitan el campo, desde su propia experiencia y la de las generaciones
de las que hacen parte, intentan articular lo macro (estatal) con lo micro de su habitar
cotidiano, no porque encuentren afinidad con lo que la normativa propone, sino por las
exigencias institucionales para la realización de sus actividades. La institucionalidad hace
grandes esfuerzos e invierte presupuestos en integrar a la comunidad mediante la
participación; sin embargo en la praxis aparece un abismo entre planes y acciones y lo más
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grave, en los efectos que esas acciones sin conexión tienen en la vida de la comunidad que
conforma las redes.
La pregunta ¿cómo salvar este abismo? marcó la pauta para el trabajo realizado en Puente
Nacional, orientando las acciones a incidir de manera apropiada en los espacios de la escala
micro. Encontramos en la pedagogía un factor determinante, con importancia especial frente
a la manera como se propone el encuentro, para desarrollar ejercicios que puedan ir más allá
de los espacios físicos que nos reúnen en ‘talleres’ que convocan a los protagonistas en
calidad de ‘asistentes’, para efectos de ‘socialización’. Esta forma de participación lleva
muchas veces a la desconexión entre los nodos y no permite el flujo de comunicación al
interior de las redes, haciendo notorias las brechas, silenciando algunos sectores y
adormeciendo las voluntades.
Juntos, en torno al alimento, revisitando lugares y narrando nuestras memorias, apareció la
experiencia, desde cada lugar de conocimiento, desde los deseos individuales y colectivos
que pueden llegar a tomar cuerpo en los escenarios de decisión, haciendo relevante la
pluralidad que compone territorios y comunidades.
La llegada de la Universidad Nacional de Colombia, a Puente Nacional, no era un hecho
habitual, no podíamos desconocer nuestro carácter de Iinstitución foránea, que nos empujaba
adentro y afuera de la comunidad, como figura de corta duración en el territorio. ¿Hasta qué
punto una acción puede convertirse en potencia que gesta?; ¿cómo asegurar la permanencia en
el tiempo de un movimiento que garantice las transformaciones?
Si bien pensar el territorio como una red dinámica implicaba no separarse de la integralidad
en rminos de interdisciplinariedad y de enfoques, era también importante establecer unos
puntos de partida acordes con las dimensiones que nos permitían volcar el esfuerzo sobre
asuntos concretos. Los saberes y disciplinas de cada quien se convirtieron a la vez en una
ventaja y un obstáculo, especialmente para aquellos a quienes la academia ha formado durante
años en unas formas de proceder y de pensar que muchas veces emergen en preconceptos
desde los cuales se terminan haciendo juicios a lo observado. Finalmente nos dimos cuenta
que hacer consciente esta condición, podría convertirlo en una ventaja, por lo que empezamos
a tener claro que cada quien portaba unos “lentes”, una especie de prótesis mediante la cual
vemos la vida en su conjunto y que nos ayuda a comprender, pero que también sesga nuestra
manera de ver o de escuchar.
Cómo hablan los territorios. La importancia de la escucha atenta
Escuchando algunos rincones de Puente Nacional y a sus protagonistas, fueron emergiendo
las problemáticas reales, la información secundaria, que había sido una base de conocimiento
en documentos, mapas y páginas web, resultó desactualizada, imprecisa y fragmentada, al
momento de confrontarla con quienes vivían la experiencia de los lugares.
En el momento del encuentro, el lente de quienes vienen de las disciplinas del arte, propuso
una aproximación distinta al territorio: Eestar a la escucha como una forma particular de
percibir a través de los sentidos. Hacerlo de manera consciente y con un propósito dentro de
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la comunidad, supuso un tipo de búsqueda sonora que entrelaza una estrategia, una apuesta
creada a partir de la reflexión y los aprendizajes conjuntos de quienes nos encontrábamos
dispuestos a escucharnos y ser escuchados, poniendo en juego una atención particular en los
detalles.
La pedagogía del arte nos propuso incluso ir más allá, recordando la exhortación de Murray
Schafer: “Tenemos que aprender a escuchar. Pareciera que es un hábito que hemos olvidado.
Debemos sensibilizar el oído al milagroso mundo sonoro que nos rodea(Schafer 1992, 15).
Atreviéndonos a intentar una expansión de esta invitación, nos propusimos sensibilizar todos
nuestros sentidos, toda nuestra energía en búsqueda de una escucha que pasara por todo el
cuerpo. Después de intentar incluir las percepciones sutiles de nuestro entorno, podemos
aventurarnos a expresar que el campo suena a nobleza, a empatía con la vida; pero que
también suena a preocupación, a árboles sin frutas, a guayabas transformadas y pomarrosas
extintas, a trapiches abandonados, a páramos amenazados, a escuelas rurales a punto de ser
cerradas y a abuelos olvidados en su extenuante labor que extrañan los tiempos en que la
tierra les dio incluso más de lo necesario; suena a nostalgia y angustia por ver desvanecer en
los hijos la continuidad de la vida del campo.
Haciendo un alto para reflexionar, las voces dejaron de ser murmullos y se convirtieron en un
sonido más nítido; Aaparecieron las voces que no titubean, que no dudan, que defienden, que
se levantan a la hora de sembrar un árbol, cultivar alimentos, recordar su historia, fortalecer
vínculos, planear acciones, improvisar canciones, contar historias, acercarnos para proteger el
territorio y romper las barreras de lo que ya está hecho para empezar lo que está por hacerse.
Voces que deben ser escuchadas, para poder emprender cualquier transformación, voces que
habitan muchos espacios en el pueblo, uno particular entre ellos: la escuela.
En este lugar cada día surge una oportunidad de estar juntos, para escucharnos y construir
comunidad. Los niños y niñas de Puente Nacional, encierran sonidos reales e imaginados,
sonidos de amor, de respeto y preocupación por el medio ambiente; algunos siembran, ayudan
en las labores del campo y narran sus historias en sus coplas improvisadas, en elMoño pa’él
y el moño pa’ella”; pero parece que al hacerse jóvenes estos sonidos tienden a perder interés
para ellos y los de la ciudad se vuelven cada vez más atractivos. Nos preguntamos qtipo de
referentes hacen olvidar los que en la memoria se han ido formando desde esa riqueza sonora
y de experiencia de vida en el campo.
Construcción simbólica
Si bien nunca fue el propósito del equipo hacer arte (en el sentido de hacer obras de arte), la
importancia de los aprendizajes y descubrimientos requería formas simbólicas para
reconocernos en esos hallazgos. Intentamos dar respuesta a la pregunta sobre el papel que
juega el arte en los procesos sociales desde la idea de que
La práctica social es un tipo de hacer arte que reúne los elementos
y condiciones, los temas y problemas que normalmente pertenecen a
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otras disciplinas, pero que son desplazados temporalmente a un
espacio de ambigüedad. Este desplazamiento temporal al territorio
del arte es lo que puede aportar nuevas perspectivas sobre un
problema o condición particular, y a su vez hacerlo visible a otras
disciplinas.
Helguera, 2011. 71
Lo simbólico como una lectura del mundo, es una forma singular que nace en cada uno, pero
sobre todo un trabajo siempre inacabado, a la espera de las improntas venideras, de los
cambios, de los giros, de las huellas de pasados que según nuestro presente se diluyen o se
recalcan. La manera en que las personas se relacionan desde su afecto y cercanía con un lugar
y un paisaje va dejando huellas en ellos y ellos en él, por tanto constituye una forma de
ordenamiento que no debería ser dejada de lado a la hora de formular y menos a la hora de
implementar un EOT.
La identificación con los lugares genera una manera de nombrarlos, muchas veces de acuerdo
a sus características sicas y la forma como son percibidas por las personas, y otras por los
acontecimientos que allí han tenido lugar. La quebrada Agua Blanca se llama de esta manera
por la forma en que los habitantes de Puente Nacional veían sus aguas bajando en torrentes de
blanca espuma y transparencia. Así mismo, según cuenta la historia, el nombre de ‘Puente
Nacional’, hace alusión a los hechos ocurridos el 7 de mayo de 1781, cuando un grupo de
comuneros entró victorioso en el anteriormente conocido poblado de Puente Real de Vélez.
Los retratos de estos héroes, todavía hacen parte de la decoración de la sala del Consejo
Municipal, constituyéndose en un símbolo que aún hoy significa rebeldía, pujanza y deseos de
transformación.
Los gestos de apropiación de un lugar son determinantes en el ordenamiento simbólico. Hoy
en a esos gestos nos parecen bastante convencionales. Van desde lo que la ley establece:
alinderar los predios, hasta los deliberadamente simbólicos como instalar la estatua de una
figura sagrada o sembrar determinadas plantas y árboles en un lugar particular. Esos gestos
hablan de la relación deseada con esos lugares y tienen un significado no sólo para aquellos
que los instalan allí, sino también para quienes están de paso.
Más allá de los gestos individuales que hacen propietarios y habitantes de determinados
predios, lo simbólico trasciende al espacio público, gestos que permanecen en el tiempo
como formas de apropiación y ordenamiento. Durante un recorrido por la vereda Providencia,
estuvimos ante la presencia de una figura de San Antonio, que los habitantes de esta zona del
municipio, liderados por la señora Eufemia Pardo, instalaron en un predio de la parte alta, con
la intención de encomendar al santo, las tierras y las aguas del páramo. Este símbolo se instaló
con la participación de los niños, quienes tienen una conciencia diferente a la de los adultos
en la relación con la naturaleza, conciencia que se ha venido trabajando desde las escuelas
rurales.
Nos situamos como testigos del temblor, un movimiento corporal que impulsa a crear,
reinventar y transformar, entre todas las fuerzas que convergen en los nodos de las redes: las
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voluntades de la comunidad, las tensiones que se instalan en el territorio, las transformaciones
naturales, y las resistencias que se levantan desde los habitantes que intentan no sucumbir a lo
que parece insalvable del abismo entre el ordenamiento institucional y la gestión que se va
develando a diario.
Mapeando el territorio: la dimensión geográfica desde los Sistemas de información
Geográfica Participativos (SIGP)
La cartografíaha estado constantemente asociada al arte. La Asociación Cartográfica
Internacional (ICA) la define como el arte, la ciencia y la tecnología de la elaboración de
mapas y el estudio de estos como documentos científicos y obras de arte (ICA, s.f). La
cartografía, siempre ha sido selectiva (Laxton, 2005; Montoya, 2007; Diaz, 2009). Desde sus
inicios, los elementos más importantes para los habitantes de un lugar han aparecido en los
mapas, por lo que un análisis de estos, nos permite conocer mucho sobre las culturas, los
tiempos, las relaciones, los espacios, pero sobre todo los intereses de una sociedad o
comunidad. Las herramientas utilizadas para hacer mapas, también han variado con el
tiempo. Estas se han vuelto cada vez más sofisticadas. Hoy contamos con las ventajas que nos
ofrece la tecnología digital, sumada a aquellas que nos brindan disciplinas como la geografía
desde su análisis crítico y complejo, o la psicología desde la percepción y la semiótica desde
sus narrativas. La cartografía además tiene la posibilidad de utilizar lenguajes, que nos
permiten entender fenómenos en grandes o pequeñas extensiones.
Las Tecnologías de la Información Geográfica (TIG), abren posibilidades de representación
del espacio cartesiano a partir de estándares internacionales que permiten comparar y utilizar
las posibilidades que ofrecen los satélites ya sea de comunicación, de posicionamiento global,
meteorológicos, entre otros; pero más allá de las herramientas tecnológicas, la cartografía
continúa siendo un proceso de comunicación, una forma de narrar los espacios que utiliza
lenguajes. El lenguaje cartesiano espacial es uno de ellos, pero hay muchos otros: el de los
símbolos, el de las sensibilidades, el de la colaboración, etc. Los lentes de la geografía,
constituyen un tipo de prótesis muy sofisticada para leer el territorio y la realidad de Puente
Nacional, que implican desde las notas de una simple libreta de campo, hasta el uso de
satélites para esta observación.
Los mapas nos permiten pensar el espacio desde escalas que cotidianamente no percibimos,
como una forma de tomar distancia del lugar en el que vivimos, para hacer conciencia de
aquello que a simple vista es difícil reconocer. Los documentos institucionales incluyen un
tipo de escala genérica (1: 25.000) a partir de la cual se toman grandes decisiones que la
mayoría de las veces resultan igualmente genéricas, desconociendo las singularidades y las
dinámicas del territorio. En la medida en que la escala se convierte en algo más humano, se
revelan en los mapas, los problemas y las oportunidades que estaban ocultos por la distancia a
la tierra: Las cuencas hidrográficas muestran los pequeños afluentes que las nutren y los
ductos que atraviesan sus cauces, los sembrados multicolores revelan donde se cultiva el
alimento y por oposición, los extensos potreros que se dedican al ganado, las escasas reservas
forestales, las áridas y devastadas excavaciones a cielo abierto de la minería y muchos otros
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detalles importantes que develan la realidad de las maneras en que los territorios se van
desarrollando.
Un grupo de habitantes de Puente Nacional, se tomó muy en serio la necesidad de mapear los
cursos del agua con la intención de tener conciencia de su uso y recorrido por el territorio.
Emergieron así, los lugares en los que se contamina, se retiene por parte de algunos
propietarios de fincas, o se ven afectados los caudales por la falta de árboles.
Los ejercicios de cartografía participativa que hicieron parte de este componente, se abrieron
como un espacio en el que se ofrecían herramientas a los pobladores del municipio de manera
que, basados en otra perspectiva del territorio, emprendan acciones colectivas que les
permitan espacializar y proponer alternativas para resolver sus problemáticas. Más que la
elaboración de un mapa al final de estos ejercicios, la cartografía participativa se ofreció como
una posibilidad de volver a comprender, re-construir y re-pensar el territorio desde la óptica
de sus pobladores.
El alimento y la tierra. Soberanía alimentaria
Una de las preocupaciones más sentidas que manifestaban los habitantes de Puente Nacional,
en especial los mayores, fue la pérdida de alimentos que en otros tiempos habían sido
abundantes y muy reconocidos por la comunidad. El caso de la guayaba es tal vez el s
evidente, por cuanto se trata de un producto con amplia demanda en el mercado, pero el tipo
de fruta que hoy se cultiva, es radicalmente diferente de la que conocieron las generaciones
anteriores.
Hoy en día no se considera posible el cultivo de la guayaba criolla y en Puente Nacional no se
elabora ya el bocadillo que es uno de los alimentos más representativos de la región de Vélez
(hoy existe una sola fábrica). Pero no es sólo la guayaba silvestre la que ha desaparecido, la
pomarrosa, el níspero, el guandul, la batata, el sagú, la papa pepina, el chachafruto, entre
otros, cuyos nombres van surgiendo en las conversaciones con quienes aún trabajan la tierra;
ya no se cultivan, y la razón no es sólo el cambio de las condiciones de la tierra, el clima y los
demás factores biológicos, sino que no existe demanda de parte de quienes los consumen. Se
trata por lo tanto de un problema que implica un proceso muy largo, que va desde lo que
ocurre con la tierra hasta el momento en que el alimento llega a la mesa (Escobar, A. 2014).
El cultivo de alimentos ha sufrido cambios contundentes con el pasar del tiempo, que van de
la mano de las estrategias globales para el avance de los países, propuestas por los estados
“desarrollados”, en las que el campesino es el mayor afectado en la medida en que el suelo
pasa de ser un sustento para la vida, a ser considerado como el principal recurso para la
economía. El interés creciente por los temas de concentración y uso de las tierras, tiene efecto
directo en aspectos como la soberanía alimentaria, el cuidado de las fuentes hídricas, la
agricultura familiar y las economías rurales. Aunque desde el punto de vista histórico este es
un asunto álgido en la constitución del estado colombiano, el problema se empieza a
visibilizar hace pocos años en las agendas de las organizaciones campesinas y sociales en
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Colombia, mientras que a escala global es un tema ampliamente discutido, especialmente en
países en donde ya se empiezan a ver las consecuencias que trae dicha dinámica: pérdida del
acceso a la tierra y hambre (Álvarez, 2012).
Durante el Foro para la Soberanía Alimentaria realizado en Séling Malí, conocido como
la declaración de Nyéleni (2007), se plantla necesidad de proteger y regular la producción
agropecuaria y el comercio para alcanzar metas de desarrollo sustentable: determinar la
autosuficiencia alimentaria, priorizar el uso y preservar los recursos naturales; propender por
una alimentación sana, nutritiva y culturalmente apropiada, reconocer los derechos de las
mujeres campesinas, el libre uso y cuidado de semillas nativas, de las prácticas ancestrales
y eliminar el dumping en los mercados. Estos postulados hacen parte de la llamada soberanía
alimentaria de los territorios, que ha promovido desde los procesos de movilización y
organización social, la construcción de un marco político, el cual ha cobrado fuerza y
protagonismo en Latinoamérica, definiendo pilares y principios para la acción que van desde
el derecho a la alimentación, acceso a recursos productivos, producción agroecológica
dominante, comercio y mercado local, hasta un control democrático que interviene en la
formulación de políticas agrícolas. (Windfuhr y Jonsén, 2005). Estas prácticas
desafortunadamente distan mucho aún de lo deseable en la cotidianidad de los habitantes del
campo.
Nuestro equipo tuvo la fortuna de disfrutar aún de un delicioso Balay, comer amasijos de
maíz y almojábanas de cuajada recién molida, pero fue necesario hacer una búsqueda, y un
recorrido de redescubrimiento de esos alimentos. Parte de las acciones que colectivamente se
fueron construyendo y que quedarán una vez el proyecto termine, tienen que ver con la
posibilidad de continuar estas búsquedas, dando sentido a lo que la soberanía alimentaria
propone recuperar, para redescubrir o si es necesario incluso, reinventar las formas en que los
alimentos pueden prosperar en el campo y las gentes que lo habitan puedan volver a vivir con
dignidad.
La gestión de los riesgos. Nueva cultura para un nuevo ambiente.
Uno de los aspectos en el cual se hace importante y significativa la red, es el abordaje del
riesgo de desastre, puesto que la posibilidad de prevenir y reaccionar, depende en su conjunto
de la comunidad. Comprender que en el territorio existen distintos tipos de interacciones
físicas, biológicas, sociales y culturales es fundamental para abordar y alcanzar el objetivo de
cambio en la sociedad y su relación con el entorno.
Para el caso concreto de este proyecto, se revisó la Política Nacional de Gestión del Riesgo de
Desastres (Congreso de Colombia, 2012) así como la Ley 1523 del 2012, en lo que
corresponde a la participación comunitaria, y encontramos que dentro de sus objetivos se
piensa en el fortalecimiento de la gobernanza, la educación y la comunicación social para la
gestión del riesgo con un enfoque diferencial. Existen para entenderlo guías y cartillas
(UNGRD, s.f.) que permiten a las administraciones locales y a las comunidades acercarse a
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estos procesos de gestión, entenderlos y emprender acciones para su incorporación dentro de
las actividades culturales que se desarrollan en los territorios.
Sin embargo, muchas veces los lenguajes de estos documentos institucionales resultan fríos y
distantes de las comunidades y sus vivencias reales. Una de las experiencias de campo nos
reveló esta realidad de manera contundente, cuando, en una de las actividades programadas, la
policía nos expli claramente la importancia del cuidado que se debe tener frente a la
presencia de las abejas. Todo el grupo tomó atenta nota de las recomendaciones, pero en
medio de un recorrido que hacía parte del itinerario, sufrimos un ataque de las meferas para
el que claramente ninguno estaba preparado. Si bien el ejemplo no se refiere directamente a
los desastres naturales, resulta ilustrativo frente a lo que pasa con los procesos y las
indicaciones institucionales, cuando estos no han sido apropiados realmente por quienes, en
último caso, pueden resultar afectados.
Nuestros encuentros contaron con la participación de un grupo significativo de la comunidad,
que nos ubicó en el municipio desde su propia vivencia y óptica de los fenómenos naturales,
de remoción en masa en torno a la quebrada Agua Blanca, de inundación en el Hotel con el
mismo nombre, de desabastecimiento de agua en las últimas temporadas secas, e incluso de
aquellos fenómenos relacionados con el cambio en la temperatura media del clima con la
pérdida de algunos árboles frutales silvestres que se daban en el clima frío.
Los escenarios propicios para lograr la participación ciudadana tienen que ver con la
elaboración y la actualización de los PMGRD, en la formulación de las estrategias locales de
largo plazo; la definición de los planes y programas apropiados y ajustados a las dinámicas
territoriales locales, el análisis de las inversiones previstas para la gestión del riesgo, la
formulación de planes de emergencia y la participación permanente para el seguimiento al
cumplimiento de los planes y las normativas. Esto hace pensar que el reto sin duda es grande
y nos atrevemos a decir que lo que ‘culturalmente’ se ha establecido a lo largo del tiempo en
torno al ordenamiento y la gestión de los territorios, es de por un asunto que aún debe
considerar su propia transformación.
La comunidad campesina y sus referentes
No es nada fácil encontrar una definición de campesino que se ajuste a la diversidad de
comunidades que habitan los campos, cultivan y tienen un saber particular en relación con la
tierra y el alimento, unas condiciones de vida ligadas a la relación con estos aspectos y
además unas formas de economía que no encajan en la noción de desarrollo que mantiene
vigente el capitalismo.
No se puede ignorar que el conflicto colombiano ha estado siempre centrado en la disputa por
la tenencia de la tierra y que probablemente lo que ha ido cambiando con el paso del tiempo
es el fin para el que los intereses de los más poderosos han querido emplearla: ganadería
extensiva, minería a gran escala, explotación de cultivos ilícitos, monocultivos masivos, etc.
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En cualquiera de los casos el campesino siempre ha estado en medio del conflicto, bien sea
siendo desplazado de su tierra de manera violenta o con el sistemático deterioro de sus
condiciones de vida y de producción.
La normatividad del Estado tiene implícito un concepto de territorio que contempla la idea
muy básica, de un pedazo de tierra que se enmarca en unos límites, en el que se da poca
importancia a los vínculos que la comunidad construye con él. Este hecho pone en evidencia
que la noción de territorio también es un concepto móvil, en el que no sólo priman las
realidades de la comunidad sino los intereses externos y que está amarrado a propósitos como
los de los planes de ordenamiento territorial, construidos a partir de una historia, escrita desde
la oficialidad y no desde la voz del campo. Los conceptos que aparecen en estos documentos,
son muchas veces el resultado de una serie de acciones de poder que favorecen los intereses
de ciertos sectores, que desde su interpretación de la realidad dictaminan lo que se consolida
en dichos planes.
En términos legales esa noción de territorio ha fluctuado a lo largo del tiempo (Montañéz-
Gómez, 2001; Delgado-Mahecha, 2003; Haesbaert, 2011; Escobar, 2014; López Trigal et al.,
2015) y los juristas reconocen que se trata de un concepto en permanente construcción,
alejándose cada vez más del alcance de las comunidades campesinas. La ley no es ingenua,
marca, construye y determina las formas de estar de la comunidad; establece límites que se
superponen a lo que las comunidades entienden y viven en su cotidianidad. La palabra
territorio está cargada de formas de poder ligadas a la construcción misma de nuestro estado
nación, por lo tanto no se la puede mirar con ingenuidad desconociendo las consecuencias
que esta y otras nociones, con las que designamos nuestra relación con la tierra, tienen en la
sociedad actual y en particular en los habitantes del campo.
La visión institucional está cargada de sesgos: el de la propiedad privada, el de la mirada
academicista, el de los grupos políticos de turno, etc. Sesgos con mucho poder, en los cuales
el interés está en delimitar un terreno para obtener un beneficio económico. Esta postura es
evidente en las cartillas de metodología para la elaboración de planes de ordenamiento, en las
que se descubre con una lectura rápida que el foco está puesto en el desarrollo del casco
urbano, incluso a expensas del sector rural.
Es importante entender que los Esquemas de Ordenamiento Territorial no son neutrales; son
mecanismos de poder materializados en los territorios. Por esto, parte de los hallazgos de
nuestra experiencia en Puente Nacional pasan por comprender la necesidad de empoderar a la
comunidad local desde el conocimiento mismo de los conceptos expresados en esos
documentos. Es necesario hacer claridad sobre la manera en que las acciones sobre el agua, el
páramo, las tierras de cultivo, están atravesadas por unos mecanismos de poder que vienen
desde arriba; teniendo en cuenta que cuando decimos arriba, nos referimos a lo institucional
que se impone a la comunidad. El ejercicio de conciencia es necesario para no terminar
atrapados en una fuerza que actúa sin que sea posible detenerla. Por lo tanto el trabajo
pendiente aún, tiene que ver con seguir haciendo ese ejercicio con la comunidad como lo hace
la Veeduría Cabildo Verde en luchas muy concretas como la que dio lugar al reconocimiento
de Puente Nacional como Municipio Verde (Acuña-Rodríguez, 2011).
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En ese sentido es importante escuchar voces como la de Fajardo (2018), que si bien reconocen
esta construcción del país desde la esfera institucional, advierten que también existe la
construcción desde abajo, desde lo local y comunitario que cuenta con la fuerza de la
‘vereda’; una forma de nombrar el territorio, que no está reconocida en términos legales con
claridad, pero que históricamente ha tenido y sigue teniendo una importancia grande a la hora
de definir las acciones concretas sobre el campo.
Todos los campesinos, habitantes de Puente Nacional, se reconocen como originarios de
veredas, pero en los documentos propios del ordenamiento, la noción de vereda es tratada
simplemente como un área. No existe la vereda como unidad espacial en la reglamentación
nacional, no existe en el ámbito legal, en el Departamento Administrativo de Estadística de
Colombia, DANE no hay una sectorización por veredas y no están mapeadas por el IGAC. En
el censo de 2005 donde el interés estaba centrado en conceder mayor importancia a la
espacialidad de la población, no se reconoció tampoco la vereda como unidad espacial; el
territorio se dividió en sectores y secciones con base en áreas cartesianas (las secciones con 20
Kkm
2
aproximadamente y los sectores como agrupación de más de diez secciones).
Las veredas definen sus límites a partir del reconocimiento de hitos geográficos tales como la
quebrada, el cerro, la cuchilla de una cordillera, etc. ¿Cuál es el trasfondo político de ese tipo
de desconocimientos?; ¿Por qué negar la identidad de las personas ligadas a su tierra,
cambiando el nombre a la unidad de territorio en la que habita? ¿Acaso es más fácil en
términos legales actuar sobre esas formas de definir el espacio? De otra parte, ¿Ppor qué los
habitantes se aferran a ese concepto y de hecho se organizan en relación a él en torno a juntas
de acción comunal (JAC), acueductos veredales y otras formas de acción comunitaria que
siguen existiendo en todo el país? Estos hechos que evidencian los documentos son un
ejemplo claro del choque entre la legislación de arriba y la realidad de abajo, que se concreta
por ejemplo en las alcaldías municipales, donde se vuelve imposible desconocer la
importancia de la vereda y por lo tanto, se requiere un mapa que las visibilice, pues a la hora
de la legislación terminan siendo las unidades reales de los territorios pensados más allá de
los mapas, en donde se da la interlocución.
Estas fuerzas posibles, estos lugares que es necesario reivindicar, están asociados a la
necesidad de construir nuevos referentes para el campo, en Puente Nacional nos encontramos
con referentes que han movido a los campesinos a dejar sus tierras por el futuro mejor que les
han permitido imaginar. Eso nos decía el personero municipal en una de las actividades
realizadas en el marco del proyecto. Muchos campesinos lograron construir hacia los años 70
del siglo pasado una vida digna en las grandes ciudades, pero si bien la realidad de las
metrópolis hoy en día es otra, esos referentes no han cambiado a lo largo de la historia
campesina y los venes especialmente, siguen soñando con un mejor futuro lejos de la vida
de ‘pobreza y ausencias’ de la ruralidad, mientras que el campo sigue girando su vocación
hacía la extracción de recursos, la expansión del turismo depredador y la ganadería extensiva.
Se requieren nuevos “referentes” asociados a una vida rural posible, una vida digna en
condiciones adecuadas mientras se vuelven a cultivar alimentos y se generan otros vínculos
con la economía del campo. Una economía no fundada en la explotación y el consumo, sino
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en el cuidado y el equilibrio. Estos nuevos referentes requieren un ejercicio de construcción
de la realidad, que inicie con una relectura de la historia, como la que propone Hugo
Zemelman (1989), en la que se planteen utopías para avanzar hacia el futuro, mirando hacía el
pasado y así buscar dónde surgen esas fuerzas como la de las veredas, que son espacios de
resistencia desde los cuales es posible redireccionar la realidad del presente.
Microprocesos y acciones transformadoras
Los resultados de un proyecto como este, pueden volver a revisarse con diferentes lentes. De
una parte los productos académicos permiten avanzar en las formas en que la Universidad va
articulando lentamente sus lenguajes entre las diferentes disciplinas, de manera que el
conocimiento deje de estar fragmentado y pueda finalmente darse la tan deseada apropiación
del mismo, por parte de la sociedad del país. De otra parte está la experiencia con la
comunidad que se concreta en estrategias consignadas en instrumentos accesibles, en la que
las didácticas y los registros de esta experiencia pueden ser consultados y complementados de
forma continua.
Están también todos los intangibles, que no alcanzan a materializarse y que son justamente el
aprendizaje más importante, el que queda instalado en el cuerpo y en la conciencia. Algunas
veces incluso estos intangibles están en las dificultades, como la que está relacionada con la
incidencia en los procesos administrativos que a veces parecen inaccesibles, o bien en el
acercamiento a protagonistas que no se asoman a los espacios de participación por total
desinterés, o porque no les resulta conveniente, como en el caso de las industrias y las grandes
empresas que inciden de manera tan contundente y algunas veces desastrosa en la vida
cotidiana de los territorios, las comunidades y en la tierra misma. Otras veces, estos
intangibles se expresan en la dificultad de la comunicación, especialmente cuando aparecen
factores como la distancia que implica la comunicación virtual y sus particularidades y
encasillamientos lingüísticos y culturales asociados a definiciones, muchas veces académicas,
en torno por ejemplo a quien se considera campesino, neo-rural, citadino, etc., en las cuales
volvemos a caer, a pesar de las reflexiones ya hechas, y en las que volvemos a permitir que el
prejuicio sea el que orienta nuestro juicio sobre el otro. Pero desde luego resulta preferible ver
los encuentros desde los lentes del reconocimiento, el aprendizaje y la ganancia, allí surgen
los verdaderos tesoros. Encontrar las tantas formas en que, se da la resistencia a los embates
del desarrollismo, de la inequidad y de la ausencia del estado, es realmente sorprendente.
Recorrer los territorios, con los lentes adecuados, es encontrarse con propuestas locales no
contenidas en los textos académicos, como en un palimpsesto que revela dónde se encuentran
transformaciones ligadas a la manera como se equilibran y se cuidan los recursos, acueductos
veredales, fincas con biotopos que simplemente aprovechan las características del terreno y
del clima para el uso estratégico del agua, recuperación del cultivo de alimentos en extinción,
recuperación de los suelos rtiles agotados por la ganadería mediante la siembra de especies
también alimenticias, que además devuelven al suelo nutrientes y calidad en sus componentes
orgánicos, procesos de siembra más amigables con las características de la tierra, así como
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procesos que apropian otras formas de acción más beligerantes como las luchas de
comunidades enteras contra proyectos mineros que contaminan las aguas y ponen en peligro
la estabilidad del terreno; ¡en fin una lista interminable!. Estas acciones que denominamos
microprocesos tienen el poder de transformar la realidad y abrir a la posibilidad de hacer de
nuestros campos espacios de esperanza, no siempre contenidas en los EOTs.
Finalmente, y a manera de conclusión en espiral; es decir, en continua transformación, nuestra
experiencia de construcción colectiva de una metodología participativa para la actualización
de EOTs en el Municipio de Puente Nacional (Santander) nos llevó a caminar y renombrar,
re-imaginar resignificar a través de nuestro andar el territorio, las cuatro etapas metodológicas
definidas en los EOTs: del alistamiento al reconocimiento; del diagnóstico, al encuentro; de la
formulación, a las acciones transformadoras y de la implementación y seguimiento a la
devolución de la mirada, todas ellas atravesadas por las didácticas y la construcción
permanente de una caja de sueños (Creación colectiva, 2020).
Esquema de la propuesta metodológica. Elaboración propia.
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Clara Patricia Triana Morales
Arquitecta, Docente, Investigadora, con Maestría en Historia y Teoría del arte y la
Arquitectura y estudios en Educación Artística de La Universidad Nacional de Colombia.
Actual Directora del Colegio Integrado Campestre Colombia Hoy de Facatativá Colombia y
Profesora Invitada de larga trayectoria en la Maestría de Educación Artística de la Facultad de
Artes de la Universidad Nacional de Colombia
Clara Patricia Triana Morales, Susana Barrera Lobatón y Fabio Alberto Pachón
ARTE, MAPAS Y GESTIÓN RURAL: EXPERIENCIA DE CONSTRUCCIÓN COLECTIVA DE UNA
METODOLOGÍA PARTICIPATIVA PARA LA ACTUALIZACIÓN DE EOTs EN EL MUNICIPIO DE
PUENTE NACIONAL SANTANDER (COLOMBIA)
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