Clara Patricia Triana Morales
ESCALAS DE ESPACIO
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ESCALAS DE ESPACIO
ESCALAS DE ESPAÇO
SPACE SCALES
Clara Patricia Triana Morales
Directora Colegio Colombia Hoy, Facatativá-Colombia
cptrianam@gmail.com
Fuente fotografía propia. Serranía Hornocal, provincia de Jujuy Argentina
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El universo
El universo se expande a una velocidad de 80 kilómetros por segundo, es decir, eso hace una
galaxia cuando se aleja de otra. No todas a la misma velocidad, o eso parece, según Hubble, el
del telescopio, el de la constante, el de la mirada que alcanza a abarcar eso que llaman el
Universo. Pero realmente no sabemos si es uno o muchos, como afirman los dueños de los
multiversos que aparecen ahora a imponer sus imágenes como si se tratase de la última frontera
del neoliberalismo.
Volvamos a las galaxias, porque también se acercan, quizá a la misma velocidad con que se
alejan o a una diferente, y amenazan con fagocitarse unas a otras por esas bocas inimaginables
que son los agujeros negros. Esos túneles de tiempo-espacio, esos pasajes en forma del interior
de un gusano hueco que hemos imaginado comprender a partir de las películas de ciencia
ficción.
Si se expande, se elonga, se contrae, se choca, se contorsiona, se autodestruye y se recrea, vale
decir que el universo se esculpe a mismo. Es el universo en mismo una escultura en
permanente estado de perfección o deterioro, no importa, es lo mismo, es perfecto. Una
constante arquitectura porque es espacio transformándose, espacio contenido, contenedor,
continente. Espacio abierto y cerrado, recorrido y habitáculo, recipiente cóncavo y convexo.
Walter Benjamin ve las estrellas como luces que se alejan, ve el universo en expansión, ve la
luz de otras estrellas remotas que se acercan, antes que los demás apenas puedan imaginarlo.
Allí donde otros ven oscuridad con algunos destellos, él ve luz con algún nivel de oscuridad.
Eso, según Giorgio Agamben, lo convierte en un hombre contemporáneo.
Eres mi universo entero. Eres
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Fuente fotografía propia. Rio Grande, Lozano, provincia de Jujuy Argentina
El Mundo
¿Qué es el mal? le pregunté a Paul Ricoeur, quien tuvo la mala idea de morir en el mismo año
en que yo intentaba seguir su lectura, su vida, sus preocupaciones. Él contestó después de 125
páginas: "El mal es el mundo". ¿El mundo? volví a preguntar. Ya nadie respondía. Arendt lo
había hecho hace ya mucho tiempo y yo no le había escuchado, tal vez me quedé dormida en
esas páginas, cuando hablaba con detalle y minuciosidad sobre la banalidad del mal,
presentando como prueba fehaciente a Eichmann.
Para mí, el mundo había sido la construcción de los hombres, diferenciada del mundo natural,
su obra maestra: tierra conquistada, mensurada, delimitada. Ciudad que demarcaba el punto en
el que los dioses podían descender para hacer alianzas, para brindar la providencia; el lugar
para el templo, para el mármol convertido en rostro espantado o en belleza venusina.
El mundo era la aldea, el puente, la plaza, el camino que conduce a la ermita. El cercado de
piedra que delimita la siembra al final de la llanura.
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El mundo era el aula, el dormitorio, la cocina, el lugar íntimo para el encuentro y los besos.
El mundo era el campo de batalla, la celda, el orfelinato, el patio de tortura, la sala de hospital.
El mundo era el lugar para las lágrimas, el reino del encomendero, el palenque, el cementerio,
la cámara de gases.
El mal es el mundo, sí, ya lo comprendo. La banalidad, la glorificación del ego, en constante
estado de transformación, de elongación, de retorcimiento.
Por lo tanto, el mundo se esculpe a sí mismo, pero no por sí mismo; lo esculpe el mal.
Eres mi mundo, mi mundo entero
Fuente fotografía propia. Lozano, provincia de Jujuy Argentina
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La casa
¿Cuál casa? ¿La de aquí o la de allá?
¿La que apareció un día pintada en una servilleta, la que dibujé en una perspectiva interior? ¿La
de nuestro bosque que aún no existe?
La casa de mi madre que yo diseñé y ayudé a construir, la que se llena de flores cuando llueve
tanto como ahora.
La casa de los de al lado que no la habitan sino los fines de semana y que tiene luces
intermitentes toda la noche. Luces que se encienden y se apagan por orden de una computadora,
que define todo lo que debe ocurrir en esa casa, a qué hora debe estar encendida la chimenea, a
qué hora se debe preparar el café, a qué hora se calienta y a qué hora se enfría aunque no lo
beba nadie, aunque no le haga falta a nadie. Casas inteligentes, les llaman a esas.
No, mejor la otra casa, la del otro lado, que tiene una pared reparada con una lata y un techo
que gotea hacia afuera y hacia adentro. La que no tiene ventanas en dos de sus fachadas aunque
no tiene construcciones aledañas. Quizá porque esperaba la llegada de algún vecino que se
apoyara sobre un costado, que ayudara a construir la calle de enfrente y se solidarizara con la
reparación de la tubería para la alcantarilla. Quizá por miedo a ver lo que hay al lado, tanto
verde que obnubila la mirada, tanto azul en el cielo, tanto aire, tanto pájaro. Quizá para mantener
lo poco de intimidad que aún nos queda, a los de las casas grandes y las pequeñas, las que salen
en Pinterest, las de los barrios de invasión, las que me gustan y las mansiones de las cholitas en
Perú.
Las casas vistas a la escala de Google también se elongan y se contraen, se esculpen a mismas,
las esculpen sus cuidadosas dueñas que las limpian todos los días con escobas y traperos. Las
configuran con su descuido sus habitantes que manchan y ensucian, que rompen y que tiran.
Las envuelven los insectos con sedas de araña, huevos de ácaro y cagadas de mosca. Las delinea
el agua que rueda por los techos y escurre por las ventanas. Las congela la escarcha y el granizo,
las derrite el sol y las colorea con todos los matices.
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Mi casa está donde estás tú, los mismos clavos, el mismo ataúd
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Fuente fotografía propia. Paramo de Guerrero, Departamento de Cundinamarca, Colombia
El cuerpo
Al que ahora le llaman el primer territorio. Por tanto territorio arado, sembrado, cosechado,
estercolado, fumigado, agrietado... tantas veces agrietado.
En ese territorio, ¿quién es el dueño de mi placer? ¿La dueña de mi placer? ¿Acaso podría llegar
a ser yo misma? ¿Cómo? Si ese placer siempre ha tenido un dueño, uno u otro, pero nunca una
dueña.
Nadie quiere ser dueño de su dolor. El dolor sí es mío. Me lo he ganado a pulso, con culpa, con
intención, con descuido. El dolor que arrastro y que me arrastra es mi más grande posesión.
Una de la que es difícil librarse, una que se habita con dificultad pero inevitablemente; una vez
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De una canción de Marea banda de Rock Española.
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que se adquiere y se encariña uno con ella, dejarla se vuelve cada vez más difícil. Solo puede
uno transformarla, quizá en alguna forma de expiación por puro amor al mundo, pero para eso
es necesario llegar a un nivel de compenetración con el dolor que solo alcanzan los iluminados.
Y la luz es algo que difícilmente soporta el cuerpo, que es como un vampiro que prefiere la
noche para mostrar sus garras, sus formas, sus texturas, sus suavidades, sus hendiduras, sus
voluptuosidades, hasta ahí.
¿El cuerpo, pues, se esculpe a mismo? No, lo esculpe la sociedad que lo reformatea cada
tanto con estereotipos de belleza, los que menciona Umberto Eco y los que ha olvidado porque
quedaron dibujados en los cuadernos de primaria y tenían proporciones magníficas, que
engrandecían solo aquellas partes con algún significado.
No, el cuerpo lo esculpe el gimnasio. Bueno, no me lo creo ni yo, que cada vez que he pasado
por alguno veo en esos espejos un cuerpo que no es mío, que difícilmente alcanzaría los
músculos y las medidas que la salubridad contemporánea exige.
Al cuerpo, a mi cuerpo, lo ha esculpido el tiempo, los tiempos de... el viento, las caricias, los
mordiscos, las alergias, el pan de cada día, la mirada de los otros, los golpes que han dejado
morados y la mordedura de tres perros.
Mi cuerpo es tu territorio, bueno, después de ser el mío claro.
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Clara Patricia Triana Morales
Arquitecta, Docente, Investigadora, con Maestría en Historia y Teoría del arte y la Arquitectura
y estudios en Educación Artística de La Universidad Nacional de Colombia. Actual Directora
del Colegio Integrado Campestre Colombia Hoy de Facatativá Colombia y Profesora Invitada
de larga trayectoria en la Maestría de Educación Artística de la Facultad de Artes de la
Universidad Nacional de Colombia