Daniel José Imfeld
MARCAS EN EL TERRITORIO. MEMORIAS LOCALES DE PROCESOS GLOBALES.
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MARCAS EN EL TERRITORIO. MEMORIAS LOCALES DE PROCESOS
GLOBALES.
MARCAS NO TERRITÓRIO. MEMÓRIAS LOCAIS DE PROCESSOS GLOBAIS.
MARKS IN THE TERRITORY. LOCAL MEMORIES OF GLOBAL PROCESSES.
Daniel J. Imfeld.
Centro de Estudios e Investigaciones Históricas de Rafaela.
Miembro de Número Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe.
Imfeldaniel8@gmail.com
Resumen
Los movimientos migratorios como fenómenos globales han dejado a través del tiempo las
más diversas marcas relacionadas con los procesos de reterritorialización que implican. Entre
estas marcas están las que se pueden reconocer n hoy a la distancia en los cementerios, en
especial en los de aquellas localidades ubicadas en regiones que fueron receptoras de estos
desplazamientos humanos. En tanto lugares marcados por esas memorias migrantes
constituyen un reservorio patrimonial de especial interés que resiste el paso del tiempo. Nos
detendremos en nuestro análisis en dos casos que corresponden a pequeñas poblaciones del
centro oeste de la provincia de Santa Fe, Susana y Saguier, y que dan muestra de la diversidad
del fenómeno migratorio en Argentina a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Nos
focalizaremos en mo impactó en esa geografía, los usos que se fueron dando de las
memorias colectiva y familiar, así como los desaos que se presentan en cuanto bienes
patrimoniales.
Palabras claves: Migraciones, Marcas, Cementerios, Memorias, Patrimonio.
Resumo
Os movimentos migratórios como fenômenos globais deixaram ao longo do tempo as mais
diversas marcas relacionadas aos processos de reterritorialização que implicam. Entre essas
marcas estão aquelas que ainda podem ser reconhecidas à distância em cemitérios,
principalmente naquelas cidades localizadas em regiões que foram receptoras desses
deslocamentos humanos. Como lugares marcados por essas memórias migrantes, constituem
um reservatório patrimonial de especial interesse que resiste à passagem do tempo. Pararemos
em nossa análise em dois casos que correspondem a pequenas ciudades do centro-oeste da
província de Santa Fé, Susana e Saguier, e que mostram a diversidade do fenômeno
migratório na Argentina a partir da segunda metade do século XIX. Vamos nos concentrar em
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como isso impactou aquela geografia, os usos que foram dados às memórias coletivas e
familiares, bem como os desafios que surgem como bens patrimoniais.
Palavras-chave: Migrações, Marcas, Cemitérios, Memorias, Patrimonio.
Abstract
Migratory movements as global phenomena have left over time the most diverse marks
related to the reterritorialization processes that they imply. Among these marks are those that
can still be recognized from a distance in cemeteries, especially in those towns located in
regions that were recipients of these human displacements. As places marked by these
migrant memories, they constitute a patrimonial reservoir of special interest that resists the
passage of time. We will stop in our analysis in two cases that correspond to small towns in
the center west of the province of Santa Fe, Susana and Saguier, and that show the diversity
of the migratory phenomenon in Argentina from the second half of the 19th century. We will
focus on how it impacted that geography, the uses that were given to collective and family
memories, as well as the challenges that arise as heritage assets.
Keywords: Migrations, Marks, Cemeteries, Memories, Heritage.
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Migraciones internacionales y marcas en el territorio. El caso de los cementerios en dos
colonias agrícolas del centro oeste de Santa Fe.
El fenómeno de las migraciones internacionales hacia la Argentina desde mediados del siglo
XIX impactó de manera especial en la provincia de Santa Fe que reconfiguró su perfil
demográfico y productivo a partir de entonces. Con el establecimiento de Esperanza, la
primera colonia agrícola organizada al oeste del río Salado a partir del arribo de inmigrantes
procedentes del centro de Europa, diferentes marcas territoriales en tanto materialidades con
significaciones locales, comenzaron a dar cuenta del nuevo paisaje cultural que fue tomando
forma en una vasta región a posteriori conocida como la Pampa Gringa (Gallo, 1983).
El giro poblacionista y productivo que implicó para la provincia de Santa Fe este proceso de
migraciones y colonización agrícola quedó demostrado a partir de la velocidad de los
cambios, tanto en los aumentos de los rindes económicos destinados a la agroexportación
como en el desarrollo poblacional. Mientras que en 1858 la población de la provincia en 1858
era solo de 41.261 habitantes, para 1869 ya se había duplicado alcanzando los 89.117 y en
1887 según el censo practicado entonces más que quintuplicado llegando a 220.332, donde se
podía advertir que los saldos migratorios eran el principal factor de crecimiento. La misma
fuente en relación con el desarrollo de los centros urbanos entre 1869 y 1887 daba cuenta que
se habían formado 65 pueblos multiplicando por diez el número de los que existían y
elevando la cifra de sus pobladores a 67.686 (Primer Censo Provincial, 1888). Entre estos
pueblos los que experimentaron un particular y prometedor desarrollo eran aquellos que
habían surgido fundamentalmente junto a las principales vías de comunicación, esto es las
líneas ferroviarias que cruzaban la provincia en todas direcciones con el objeto de vincular las
áreas interiores con los puertos exportadores. En relación con todos estos cambios, que
experimentaba en particular la región centro y noroeste la administración política provincial
creó por ley en 1883 el departamento Las Colonias con cabecera en Esperanza. En 1869 sólo
se contaba en este amplio espacio con una villa de 344 habitantes (Esperanza) mientras que en
1887 el censista regist 19 pueblos con un total de 9843 habitantes, aclarando que varios
otros estaban en formación (Primer Censo Provincial, 1888) lo que daba cuenta del fenómeno
expansivo que se vivía. (Primer Censo Provincial, 1888). En 1890 como resultado de ello en
el sector oeste de Las Colonias, se decidió crear un nuevo departamento, al que se denomi
Castellanos, con cabecera en Rafaela.
Las migraciones intercontinentales como dijimos habían adquirido un rol protagónico en
relación con lo que iba ocurriendo entonces. Si entendemos a la migración como
desplazamiento no sólo geográfico, podremos advertir que con los hombres y mujeres se
trasladaban también sus costumbres, lenguas, tradiciones, creencias que terminaron por
reterritorializarse, esto es en relación al cambio de residencia permanente en muchos de estos
caos como acto de búsqueda de nuevas oportunidades. Este proceso impliconfigurar un
nuevo espacio de vida (y de muerte) entendido como aquél en el que el individuo ejerce sus
actividades en relación con la red de vinculaciones que hacen a su vida familiar, social,
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económica y política (Domenach y Picouet, 1990); de todo ello quedarían marcas. Pero no
solo el inmigrante experimentó un cambio de residencia sino también en su status de
movilidad gracias al sistema de colonización privada (Gallo, 1983) que permitió el acceso a
la propiedad de la tierra, lo que para muchos de ellos signifi convertirse en pequeños y
medianos productores agropecuarios en un corto período de tiempo. Para 1895 encontramos
que el 70% de los colonos poseían tal condición en el departamento Las Colonias y el 61% en
Castellanos (Segundo Censo Nacional, 1895) donde se advertía un intenso proceso de
subdivisión de la propiedad tal como lo registraban los mapas catastrales (imágenes 1- 2).
Tanto la apropiación legal de las tierras destinadas a la producción cerealera como su
significación en el contexto de una economía agroexportadora se van a convertir así en el
principal sostén de pertenencia en relación con el territorio.
Imagen nº 1. Plano Topográfico de la Provincia de Santa Fe (Chapeaurouge,1893).
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Imagen 2. Detalle del Plano Topográfico de la Provincia de Santa Fe de 1893 que muestra
las colonias agrícolas del centro oeste donde se puede apreciar el intenso proceso de
subdivisión territorial (Chapeaurouge, 1893).
El sujeto migrante protagoniza desde entonces en este escenario un proceso de
reconocimiento social a partir de habitar y dar significado, soportes fundamentales del
imaginario que se iconstruyendo en torno de la inmigración y su agencia en la colonización
agrícola como motores de un desarrollo que trasciende lo regional. El mito fundacional
resultante tendrá así en el inmigrante su actor principal y exclusivo que delimita claramente la
frontera social en relación con la otredad representada por aquellos que no participan de su
condición.
En cuanto a las colonias agrícolas como espacio de vida estuvieron caracterizadas por una
doble realidad, diferenciada y complementaria, esto es, un área rural dedicada en principio
fundamentalmente a las actividades de agricultura, y un núcleo urbano, que actuaba como
centro de servicios e intercambios sociales y ecomicos. El elemento extranjero que les dio
vida estuvo signado desde un primer momento por la diversidad; de orígenes: suizos,
alemanes, franceses, en las primeras colonias, más tarde italianos, españoles y europeos de los
más diversos lugares y los que arribaron luego desde el Medio Oriente. A esta variada
procedencia, a más de la diversidad lingüística debemos sumar la relacionada con los cultos, a
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los católicos se sumaron protestantes de distintas ramas, judíos, crisitianos ortodoxos y a
ellos, los que a su vez introdujeron como contrapartida prácticas seculares como masones y
espíritas. Los registros oficiales no dejaron de dar cuenta de tal diversidad, observable sobre
todo en aquellas poblaciones que se perfilaban con un fuerte desarrollo urbano, como el caso
de Rafaela. El censo local realizado en 1912 dio cuenta que de las 8242 personas que allí
vivían, 3564 (43 %) eran extranjeros de 16 nacionalidades diferentes, que en materia de cultos
se practicaban cinco religiones (católicos, protestantes, ortodoxos, mahometanos, israelitas),
mientras que 676 (8%) por su parte se declaraban librepensadores (Primer Censo del Pueblo
de Rafaela, 1912). En otros casos locales la manifiesta predominancia de algún grupo en
particular, en una geografía donde el elemento italiano primaba, hacía las veces de un enclave
étnico, como la presencia de suizos valesanos al sur oeste de Rafaela en lo que luego sería
Villa San José, o el caso de las colonias judías más al norte, en el departamento San Cristóbal.
Mientras en las explotaciones rurales, conocidas regionalmente como chacras, los colonos y
su grupo familiar asumieron el rol de principales actores, en los pueblos la diversificación
propia de actividades dio protagonismo a comerciantes, artesanos, pequeños industriales,
algunos profesionales, administrativos, a los que hay que sumar hombres y mujeres que se
fueron incorporando con los más variados oficios y emprendimientos.
Alejados de los pueblos que iban tomando forma, tal como recomendaba el pensamiento
higienista, en las zonas rurales aparecieron los espacios que se hicieron necesarios para
contener a la muerte, los cementerios. No sólo vinieron a resolver un problema práctico e
higiénico, dar sepultura a los muertos y evitar focos infecciosos, sino que además cumplieron
una función social y simbólica muy particular. Como refugios de las memorias que allí
encontrarían cabida a través de toda una serie de elementos artefactuales, que van de la simple
sepultura a los grandes panteones, así como las inscripciones epigráficas en lápidas y placas,
acompañadas generalmente del retrato fotográfico, fueron condensando las marcas que estos
grupos deseaban dejar para la posteridad. Actuaron por lo tanto como lugares para la
memoria, para ser visitados, recorridos, para meditar y al mismo tiempo para tratar de
bloquear el olvido, inmortalizando a la muerte allí contenida (Imfeld, 2000).
Estos espacios documentan socialmente las diversas representaciones que para nuestro interés
los migrantes y sus descendientes expresaron sobre la muerte y sus significados en contextos
específicos. Concentraremos la mirada en dos casos de cementerios ubicados en el
departamento Castellanos (provincia de Santa Fe) a corta distancia uno del otro donde
podemos observar y leer situacionalmente a través de distintas marcas sepulcrales la voluntad
por dejar la perennidad del recuerdo tanto a nivel comunitario como familiar. Nos referimos al
cementerio de Villa San José, colonia formada por suizos procedentes del Alto Valais y a su
vecino, el de Saguier (imagen 3 A-B) donde junto a la presencia mayoritaria de familias
piamontesas, un grupo de daneses dejó su impronta. Trataremos de identificar e interpretar
estas marcas y a sus promotores para comprender cómo se busca la legitimación social de los
sujetos migrantes en un proceso de reconfiguración identitaria al tiempo que terminan
formando parte de un patrimonio de proximidad, modesto si se quiere, en el sentido de que no
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posee las tradicionales pretensiones monumentales, pero que no por ello deja de dar cuenta de
un fenómeno global. Nuestra mirada se concentra sobre todo en aspectos cualitativos, en
especial sobre variables como las cargas de identidad étnica, religiosa, afectiva, simbólica,
expresadas a través de distintas manifestaciones, materiales e intangibles que dan cuenta en
un caso de la intervención pública como familiar-parental en el otro. Hemos apelado tanto al
trabajo de campo que realizáramos en estos cementerios en distintas oportunidades, entre
fines de 2020 y principios de 2021, donde obtuvimos los distintos registros, entre ellos los
fotográficos que acompañan esta presentación, complementando con la consulta de materiales
bibliográficos y documentales que nos aportaran mayor información teórica y conceptual
sobre el tema.
A. B.
Imagen 3 A. División distrital actual del Departamento Castellanos (Provincia de Santa Fe).
Imagen 3 B. Detalle localización de los distritos Villa San José y Saguier en relación con la
cabecera departamental Rafaela (Provincia de Santa Fe, Cámara de Senadores).
1-Lugares de memoria / lugares marcados.
1.1- Marcas de una memoria grupal.
Los cementerios como lugares destinados a guardar y preservar memorias, más allá de las
dimensiones espaciales que alcanzan, a través de sus materialidades expresan distintos
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significados, tanto sociales, como culturales y simlicos. Al mismo tiempo ofrecen una
visión del pasado y del rol que en las historias locales ocupan quienes allí reposan. Como
lugares de memoria se convierten así en lugares marcados por distintos tipos de recordatorios
y en tanto lugares blicos de representaciones, tumbas y monumentos no solo sirven a los
fines de identificar a familias y a individuos, sino que por su ubicación, tamaño, decoración,
legitiman socialmente tanto a los que ahí yacen como a los que las mandaron construir. Se
reafirma así un lugar en el imaginario local y una pertenencia comunitaria.
En el caso del cementerio comunal de Villa San Jolo primero que llama la atención es el
contraste que desde el exterior ofrece con otros de la región. Sus muros perimetrales muy
bajos, la simplicidad tanto del portal de ingreso como de la volumétrica de las construcciones
lo diferencian de los de pueblos y ciudades vecinas. Es común ver en el paisaje de la llanura
santafesina como se recortan las siluetas de los cementerios en medio de la horizontalidad
orográfica y se adivinan a la distancia con sus altas cúpulas, pobladas de ángeles y cruces que
coronan arquitecturas de los más variados estilos. Desde los cementerios y sus arquitecturas
es que ya podemos anticipar aquí una diferencia que remite no sólo a su temporalidad, sino
también al origen de la población. Las migraciones en tanto procesos sociales sabemos que
modelan estructuras espaciales y los cementerios son un claro exponente de ello. Mientras que
en la mayoría de los pueblos y colonias de esta región predominó en su base originaria el
elemento italiano, especialmente los provenientes del norte, particularmente piamonteses, en
este caso fueron los suizos, y más específicamente los del Oberwallis (Alto Valais) los que
dejaron su impronta.
Entre los os 1881 y 1882 familias valesanas reemigradas de la colonia madre San Jerónimo
Norte (1858) y de sus localidades vecinas Santa María Norte y Las Tunas, adquirieron tierras
a la Empresa Colonizadora de Guillermo Lehmann
1
ubicadas hacia el oeste provincial para
establecerse a lo largo de una franja más o menos continua entre las colonias Susana y
Saguier. De esta manera comen a territorializarse un grupo étnico integrado en principio
por 22 familias que fueron desarrollando un fuerte sentido comunitario. Rodeados de colonos
piamonteses, mayoritarios en el entorno regional, la familia, la iglesia y la lengua se
convirtieron en refugio de una etnicidad mantenida por varias generaciones. En ello
desempeñaron un papel importante las prácticas endogámicas, la escuela con enseñanza
religiosa y bilingüe, completada con la asistencia de misioneros que predicaban en alemán. En
1887 la construcción de una capilla dedicada a San José y junto a ella la escuela particular,
preanunciaron no solo como referentes materiales sino también simbólicos el surgimiento de
un futuro pueblo en su derredor. Recién cincuenta os más tarde, el 2 de febrero de 1937 el
anhelo comunitario de alcanzar la autonomía comunal se cumplió, cuando por decreto del
gobierno de Santa Fe se creó la comuna de Villa San José, segregándola de sus vecinas
Susana y Saguier (Imfeld, 1996).
1
Con respecto a Guillermo Lehmann (1840-1886) y su accionar empresarial en relación con la formación de
colonias agrícolas en el centro oeste de la provincia de Santa Fe véase Bianchi, A. (1971). Historia de Rafaela.
Editorial Colmegna, Santa Fe, Argentina.
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A partir de aquél acontecimiento comenzó el trabajo de apertura de calles, el trazado de una
plaza y se planteó la necesidad de contar con un cementerio propio, dado que hasta entonces
la mayoría de las sepulturas se realizaban en el cementerio de Susana. En 1948 se formali la
donación del vecino José Volken de una fracción de terreno de 70 metros de frente y 80 de
fondo ubicada un kilómetro al sur del pueblo para ser destinada a cementerio. Una década
más tarde, en 1957 el gobierno de Santa Fe aprobó la ordenanza local que fijó normas, tasas, y
demás actividades y servicios que prestaría la comuna en el mismo.
Al ingresar al cementerio se destaca en primera instancia la gran cruz ubicada en el centro que
hace que las miradas se dirijan indefectiblemente hacia ella. Esta presencia dominante del
símbolo religioso en el espacio del cementerio parece materializar un rasgo indeleble de la
identidad local, la fuerte adhesión a la fe católica que acompaña desde el origen con aquella
capilla surgida como fruto de una promesa comunitaria ante los efectos de una epidemia de
cólera y la gran cantidad de vocaciones religiosas que las familias proporcionaron al clero
secular y a distintas congregaciones durante varios años. A continuación de la gran cruz se
levanta un memorial producto de la voluntad de la autoridad comunal que como emprendedor
de memoria (Jelin, 2014) bus a través del homenaje inscribir en este espacio público un
sentido (fotografías 1-2). A los costados de una especie de paseo cubierto por una pérgola se
dispusieron una serie de pilares apareados con las fotos de doce de las parejas que formaron la
colonia. Debajo de cada foto se ha colocado una placa que recuerda el lugar y año de
nacimiento en Suiza de cada uno de los que allí reposan, completando las referencias
genealógicas con los nombres de los progenitores y la fecha de fallecimiento. Junto a cada
pilar se depositaron las cenizas respectivas que fueron trasladadas desde el cementerio de
Susana, donde habían sido sepultados originariamente. En cuanto objetos visibles revestidos
de significación cumplen así la función de semióforos (Hartog, 2007) que buscan aprehender
el tiempo, en este caso el de los orígenes. Aquí a su vez el recurso del recupero de las viejas
fotografías que acompañaban las sepulturas originales, refuerza como arte del retrato
verdadero, la idea de un pasado real. Se plantea entonces una comunicación de sentidos, no
solo de respeto y consideración por los fallecidos, sino también desde éstos para edificación
de los vivos.
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Fotografía nº 1 Fotografía nº 2
Fotografías 1-2. Cementerio comunal de Villa San José. Cruz mayor y memorial dedicado
a las primeras familias fundadoras.
No menos atención requiere reparar en el contexto en que se construyó este memorial. En
1987, cuando las poblaciones vecinas habían celebrado ya los centenarios de sus formaciones,
se decidió festejar los cien años de la construcción de la capilla San José y los cincuenta de la
comuna para lo que se editó una publicación conmemorativa que hizo las veces de un
nosotros narrativo que buscaba trasmitir una identidad originaria rememorando el pasado ya
anunciado en la tapa Forjada por hombres que entonces / creyeron, los que hoy
continuamos / creemos en el mañana (Centenario Villa Sn José, 1987). Unos os después,
la celebración de los 700 años de la Confederación Helvética en 1991 posibili el viaje de
reencuentro con las familias emparentadas de Suiza, el que emprendieron muchos de los
descendientes de aquellos que habían emigrado hacía más de un siglo. Fruto de todo ese
sentimiento de entusiasmo grupal es que la autoridad comunal decidió, poco después,
construir este memorial en el cementerio. De esta forma se cumplió con el gesto simlico,
como un deber de memoria por parte de los descendientes de reintegrar los restos de sus
antepasados a la tierra que habían colonizado. Como marca indicial y a través de un proceso
que podríamos denominar de selección por exaltación (Prats, 1998) no sólo permite recordar
el origen sino también legitimar el rol desempeñado en el establecimiento de la comunidad, a
modo de agradecimiento hacia los padres fundadores. El lugar asignado a su vez, en el
camino central y detrás de la cruz, refuerza la intención del homenaje en lo que respecta a la
construcción social de una memoria grupal para la que se eligió un espacio localizado y
específico de fácil reconocimiento. Con la intención de incorporarlos así a la memoria social
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se buscaba al mismo tiempo reconstruir una identidad étnica pero ahora en un escenario
donde las condiciones sociales reales eran muy distintas de las que debieron enfrentar
aquellos inmigrantes.
1.2-Marcas de una memoria familiar.
A unos cinco kilómetros aproximadamente del cementerio de Villa San José, hacia el oeste se
encuentra el cementerio comunal de Saguier. La colonia agrícola del mismo nombre surgió en
torno a 1882, a partir de la venta de tierras que llevaba adelante en esta región la ya
menciionada Empresa Colonizadora de Guillermo Lehmann; su nombre recuerda
precisamente a uno de los propietarios de las mismas, Carlos Saguier. Con el posterior paso
del ferrocarril y la habilitación de la estación en 1890 se generó, como ocurrió en otros casos,
un desdoblamiento de la población urbana, dando origen así a Plaza Saguier y a Estación
Saguier, separadas apenas por 2 kilómetros. El cementerio se construyó en medio de esta
separación en plena zona rural sobre la ruta 67 S. Su origen data de comienzos de la década de
1890 ya que el primer entierro que se regist tiene por fecha el 4 de enero de 1893
(Centenario de Saguier, 1982). Al ingresar al mismo el espacio anterior se encuentra
prácticamente vacío, aunque según la tradición oral este sector no estuvo siempre así, en un
principio se habían levantado al algunas construcciones funerarias, pero una inundación
provocó que se demolieran y se reagruparan desde el centro hacia la parte posterior.
Actualmente sólo quedan a unas pocas cruces de hierro clavadas en la tierra, que según la
misma tradición estarían señalando los lugares de sepulturas de personajes anónimos, de
aquellos que deambulaban por los caminos rurales y las as del ferrocarril, conocidos
popularmente como crotos o linyeras. Estos solían concentrarse circunstancialmente en las
inmediaciones de las estaciones de trenes, de ahí que no resulte extraño que algunos de ellos
pudieran haber sido sepultados en ese lugar.
De especial interés resulta en este cementerio el sector de sepulturas en tierra, ubicadas hacia
el sureste contra el muro perimetral. A primera vista con su sencillez entran en claro contraste
con la arquitectura de los panteones vecinos que, siguiendo la tradición romantizada de la
cultura funeraria de la Europa católica, los colonos de origen italiano reprodujeron en esta
región. Las citadas sepulturas pertenecen en este caso a la pequeña comunidad danesa que se
había establecido en Estación Saguier. El origen de dicha presencia data de 1917 con la
radicación de quien se convirtió en uno de los pioneros de la industria láctea en la cuenca
lechera del centro oeste de Santa Fe, Christian Boll y su esposa Karen Christiansen oriundos
de Mors y Kalundborg (Dinamarca) respectivamente. A poco de radicados Boll,
aprovechando la ventaja que le ofrecía la conexión ferroviaria hacia los puertos, comen con
la fabricación de caseína y manteca destinadas al mercado europeo, a lo que luego sumó la
producción de quesos. Su condición de emprendedor industrial lo llevó a su vez en 1936 a
comenzar con la elaboración de aceites vegetales hidrogenados, esta vez en Llavallol (Buenos
Aires), sin abandonar la planta de Saguier. En reconocimiento a su labor en el exterior en
1952 el rey de Dinamarca le concedió la Condecoración de Caballero de la Orden Real de
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Dannebrog. Su actividad sin embargo no se detuvo allí, y en 1963 sumó la producción de
margarina para el consumo doméstico identificándola comercialmente con el nombre que
refería a su país de origen y con la que ganaría una presencia indiscutida en el mercado
nacional (Imfeld, 2016).
La red vincular familiar, parental y de contactos que construyó Christian Boll desde Estación
Saguier con otros connacionales constituyó la base de esta pequeña comunidad que dejó sus
marcas de etnicidad en el paisaje local, ya sea en la arquitectura de su residencia como en el
cementerio. Es este el caso de un particular que, con un protagonismo social y económico que
trasciende a la reducida colectividad que lidera, emprende a su vez un proceso de marcar,
señalar un espacio específico en el cementerio a partir de las sepulturas que manda erigir allí.
Asume así el rol de un sujeto activo que busca reunir en el descanso eterno a la familia y a sus
relaciones siguiendo la tradición religiosa de las sepulturas danesas, reproducida aquí en la
tumba jardín, que como marca étnica a través de la muerte recuerda el pasado (Bjerg, 2001).
Se trata de sepulturas donde las más antiguas están delimitadas por postes con cadenas, con
plantas sobre ellas a la manera de pequeños jardines. Las pidas que las identifican llevan
grabadas en danés sentencias como Sov sødt (Dulces Sueños), Hvil i Fred (Descansa en Paz),
Elsket og Savnet (Amado y Extrañado) Fred (Paz) (fotografías 3-4-5). Esta costumbre
funeraria fue perdurando en el tiempo, aunque posteriormente con inscripciones en castellano
y la tumba jardín cedió paso a piezas de mármol que cubren toda la sepultura o lápidas más
simple con el nombre de quien allí reposa (fotografía 6). En todos estos casos, a diferencia del
resto del cementerio no hay fotos de los fallecidos, el soporte de la memoria descansa en lo
que se ha grabado con palabras sobre la tumba. Muestra ello que la sobriedad impuesta por las
iglesias reformadas se siguió respetando aquí tanto en los rituales funerarios como en la
sepultura. Desde los lejanos tiempos del cisma religioso europeo las distintas confesiones
reformadas plantearon cierto desinterés por el cuerpo derivado del temor de que se rinda culto
más a la persona que a su creador, de ahí el rechazo de la veneración de los muertos, lo que se
reflejaba en la tendencia a la secularización de los funerales como en el ritual mismo
(Krumenacker, 2010). En este caso, al no contar con una iglesia local se debía recurrir a los
auxilios de algún pastor de comunidades vecinas, que a veces tenía que hacer varios
kilómetros para asistir con un ritual mínimo a algún entierro en este cementerio.
En esta condición de coexistencia con una mayoría católica a través del cuidado de la tumba
se demostraba que también ellos se ocupaban de sus muertos, sin alardes arquitectónicos ni
pomposas ceremonias, pero como miembros socialmente respetables de la comunidad no se
desentendían de esa especial atención de los vínculos con la sacralidad de la muerte.
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Fotografía 3. Cementerio comunal de Saguier. Sector de sepulturas más antiguas siguiendo
la tradición danesa, al fondo antiguos panteones de familias italianas.
Fotografía nº 4 Fotografía nº 5 Fotografía nº 6
Fotografías 4-5. Cementerio comunal de Saguier, sector sepulturas danesas donde se
conservan las lápidas más antiguas con inscripciones en la lengua de origen. Fotografía nº6
sepulturas más recientes en el mismo sector.
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Este proceso de continuidad de prácticas culturales a través de la tumba como anclaje y como
vínculo entre el lugar de origen y el de arribo muestra tanto el desplazamiento del imaginario
migratorio como la manera en que se definen las relaciones en el nuevo espacio que se ha
convertido en el ámbito de la vida social y cultural (Reyes Tobar, Martínez Ruíz, 2015).
La ausencia de un muro, una reja o cualquier otro elemento que haga manifiesta la separación
entre cultos, como era costumbre para marcar la disidencia en los cementerios finiseculares,
evidencia en este entorno la construcción de un lazo social de convivencia interétnica y
religiosa, más allá de la condición de grupo minoritario que presentaba la pequeña comunidad
danesa.
Estamos ante una memoria migrante que no encontró resistencias para visibilizarse, para dejar
sus marcas, ganándose así un lugar para legitimarse y dar sentido. La peculiar relación con la
muerte que se materializa a través del contraste entre las construcciones funerarias que aquí
coexisten nos pone como decíamos ante tradiciones y rituales reconfigurados en este pequeño
espacio de la pampa santafesina al que dan un color especial. Nos abren así a historias que se
ubican en la coyuntura entre lo particular, lo cercano y la gran historia de las migraciones
internacionales.
2.-Un patrimonio modesto y sus desafíos.
Fenómenos como los desplazamientos humanos, tal es el caso de las migraciones, dejan
huellas indelebles en todos aquellos territorios donde se construyen marcaciones que pasan a
formar parte de lo que luego en muchos casos se consideran bienes patrimoniales. En tal
situación encontramos muestras de una territorialidad señalizada, a través del memorial y de
las tumbas, relacionada con los movimientos migratorios en los cementerios de las pequeñas
localidades surgidas en el litoral pampeano como producto del proyecto de la Argentina
agroexportadora. Si bien estamos ante un patrimonio cuya escala parece propia de dichas
poblaciones, el mismo no está exento por ello de una carga simbólica con la que se
construyen representaciones de esos pasados. La territorialidad de las memorias, en tanto
formas construidas como modos subjetivos de expresión, encontaquí en estos espacios
de especial significación afectiva la posibilidad de levantar mojones simlicos con los que
inscribir y marcar una determinada pertenencia. Dicha pertenencia se da en el contexto del
desplazamiento migratorio tanto a nivel comunitario (nuestros antepasados) como a nivel
familiar (mis antepasados). Más allá de señalar una apropiación territorial por parte del sujeto
migrante hay una revitalización de un sentimiento de arraigo construido en el nuevo espacio
de vida que encuentra su prolongación en el cementerio como resguardo y refugio de las
memorias que esperan el culto de la fidelidad de la descendencia. Familia, trabajo, propiedad,
religión se consideran especialmente como acervo legado intergeneracionalmente,
fundamentos del capital cultural de estas comunidades, un intangible que se espera sea
valorado y trasmitido.
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El memorial, la tumba, se yerguen en tanto expresiones de lo tangible, de la perennidad, que
traducen la relación que estas sociedades entablan con sus pasados, y que en nuestro caso nos
permiten una lectura situacional. Las fotos, las inscripciones que las acompañan a su vez
aproximan aquí a diferencia de la distancia que imponen los monumentos en las plazas
públicas, ya que remiten en cambio a sujetos concretos, particulares, que se legitiman así en
estos espacios locales de ausencias desde donde evocan los marcos sociales de referencia
referidos a ese pasado de inmigrantes colonizadores. Constituyen como narrativa del origen,
un guion materializado de la historia lugareña construido en determinados presentes por
quienes hacen de emprendedores de memoria, ya sea el gobierno local en el caso de Villa San
José o un particular, como en Saguier, que desde su protagonismo puede inscribir marcas
comunitarias que van más allá de lo familiar. En el primer caso, con el memorial dedicado a
los pioneros, el significado cumple una función retórica, celebratoria, pública (Kingman
Garcés, 2014), en el otro, son los sentimientos privados, familiares lo que se expresa, pero que
dado el rol que tuvieron para la vida del pueblo, lo trascienden desde la modestia de la
sepultura. Más que ofrecer grandes relatos de la inmigración nos ponen ante la contingencia
de hechos que protagonizaron personas concretas, en un lugar delimitado y donde
desarrollaron sus posibilidades individuales y grupales.
Por sobre las lecturas que podamos hacer, hoy este patrimonio no deja de presentar desafíos
para sus contextos. Una serie de crisis recurrentes vienen afectando desde décadas a estas
poblaciones que no superan los 500 habitantes. A la crisis demográfica que en general
sufren las áreas rurales traducidas en el estancamiento o pérdida de población frente a la
creciente urbanización, se suman situaciones locales. Entre ellas no se puede pasar por alto,
por un lado, el cambio productivo que experimentó esta región con el avance tecnológico por
una parte y del cultivo sojero sobre los pequeños y medianos establecimientos tamberos; por
el otro, la clausura del ramal ferroviario en Estación Saguier producto de decisiones poticas
en los años noventa y, finalmente, el cese de la principal oferta de trabajo industrial con el
cierre allí mismo, poco después, de la fábrica que iniciara Christian Boll. Asimismo, se deben
tener en cuenta, a su vez, las consecuencias derivadas del cambio ambiental, como las
variaciones en el régimen hídrico y las inundaciones que han debido soportar las zonas rurales
y urbanas en los períodos húmedos. Por lo que cabe de afectación específica a este
patrimonio, no poco han significado los cambios culturales experimentados con respecto a la
muerte, sus rituales y las modificaciones abruptas que en relación con todo ello introdujo la
pandemia desatada por el Covid 19.
Si desde el punto de vista de sus materialidades se trata de bienes patrimoniales modestos, la
cercanía sica y la proximidad con el pasado del que dan cuenta los constituye en referentes
identitarios en un paisaje cultural de especial significación para el fenómeno migratorio,
conocido como la Pampa Gringa Santafesina.
Estos cementerios necesitan ser integrados con otros bienes que aún conservan estas
comunidades en una relación vincular con sus vidas histórica y social. Como fragmentos de
una historia más amplia en Villa San José por ejemplo la antigua escuela, la capilla y la fiesta
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anual de La Valesanita con la que se homenajea a la mujer colonizadora y sus descendientes,
ofrecen una buena oportunidad al respecto. En Saguier, a su vez la estación ferroviaria, las
residencias de la familia Boll y los restos de la fábrica de manteca están en la misma
condición, esto es de sumar bienes con cualidades y valores que superan lo sentimental y
pueden dar apertura a consideraciones más amplias en torno de las migraciones y sus marcas.
Se plantea entonces cómo sostener y hacer sustentable con los recursos e instrumentos de
gestión disponibles un patrimonio que da cuenta de un pasado del que la comunidad no debe o
no quiere desvincularse. Pero, que no por ello queda exento de las amenazas que acechan con
borrar estas marcas, incluso para detener el avance del olvido.
De por sí el concepto de patrimonio, y todo lo que a él refiere, nos remite a propiedades que le
son intrínsecas, tales como la apropiación, la trasmisión y la permanencia (Mairal Buil, 2010).
En casos como los que dimos cuenta, la materialidad de los bienes les ha otorgado cierta
resiliencia, lo que aseguró que perduren hasta el presente. Pero, la apropiación comunitaria y
por lo tanto la trasmisión son aún muy débiles dadas las características de la reconfiguración
demográfica que allí ocurre. Nos encontramos con escenarios locales donde ha ocurrido una
mutación del tiempo, de un pasado que parecía augurar de manera sagital el progreso y el
desarrollo, al presente donde el tiempo se ha ralentizado, casi detenido.
Conviene traer al recuerdo en relación con bienes como éstos, lo que ya plantearon en su
momento quienes se adelantaron en los desarrollos teóricos y críticos al respecto:
“Los elementos patrimoniales adquieren así un sentido y una función
particulares, que trasciende lo estético o lo estrictamente testimonial
para convertirse en un núcleo de orden temporal y espacial-, en una
valla frente al avance del devenir representado por el olvido y por la
pérdida del sentido del lugar”.
Waisman, 1994:14
Más allá de la sostenibilidad económica prima entonces pensar en la sostenibilidad social y en
entornos donde ya no habitan mayoritariamente los descendientes de los que iniciaron el
proceso histórico de poblamiento puesto que la deriva migratoria no termicon los pioneros,
sino que también ellos partieron hacia diversos destinos, y otros, con otras historias han
venido a ocupar ese espacio.
En estos contextos el patrimonio, más al de ofrecer por selección una versión del pasado
puede cumplir además una importante función social si se abre a la complejidad, a la
inclusión, a nuevas perspectivas. Esto es posible en pequeñas comunidades a partir de esas
marcas del pasado que como vimos aún conservan, pero con historias que necesitan ser
reveladas por sus actuales habitantes, que no se deben dar por referenciadas o recortadas
exclusivamente a los orígenes, a la evocación por nostalgia, sino a cómo se constituyen en su
devenir.
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La activación de este patrimonio requiere así de procesos participativos y colaborativos
pensados en vinculación hacia afuera, con otras comunidades con historias cercanas para
integrarse en redes que permitan optimizar y compartir recursos. Se trata pues de proponer
modelos interpretativos y nuevas formas de interacción que permitan miradas más dinámicas
de lo que las comunidades van siendo en el tiempo. Un desafío que pasa por regenerar el
patrimonio, abrir el estrecho cerco en el que están contenidas las historias locales para
reintegrarlas a los procesos globales de los que forman parte y dotarlas de significados más
amplios.
A modo de conclusión.
Los cementerios surgidos en los espacios de la colonización agrícola llevada a cabo desde la
segunda mitad del siglo XIX en Argentina, como de los que hemos venido dando cuenta, han
permitido en su carácter de lugares públicos la escenificación de la pluralidad étnica derivada
de las migraciones internacionales que acompañaron tal proceso. Más allá de estar afectados a
funciones específicas, en ellos las memorias migrantes encontraron refugio a través de la
materialidad de los objetos que allí se levantaron, los que permiten el recuerdo y la evocación,
al tiempo que constituyen verdaderas marcas de identidad. De esta manera se busca reafirmar
no solo una identidad, una pertenencia, sino también salvar de algún modo las distancias
geográfica y cultural que el tiempo fue ensanchando con los lugares de partida, en un caso
Suiza y Dinamarca en el otro. Ante la situación de desplazamientos sucesivos de estos sujetos
migrados que concluyeron en una radicación permanente y frente al no retorno, se quiso dejar
alguna huella significante.
Si bien desde el presente estamos ante un legado patrimonial que en primera instancia se nos
manifiesta como modesto, en referencia a escala y atributos formales que parecen propios del
pequeño tamaño de las localidades de las que forman parte en una íntima relación de memoria
y territorio, no carecen por ello de significado cultural, histórico y social. En tanto creación
patrimonial es importante reparar en los autores / constructores de bienes que refieren a la
vida histórica y social de sus comunidades, y de qué manera trataron de inscribirlos marcando
estos lugares. Así nos encontramos como en el caso de Villa San Jofue la propia autoridad
política local la que tomó la iniciativa y construyó un memorial en la parte central del
cementerio para restituir los restos de familias fundadoras, con toda la carga simlica que la
propia idea de centro evoca en este espacio. En el otro caso, en Saguier, la acción partió de un
personaje con reconocimiento social y económico a nivel comunitario, que quiso recrear para
sus relaciones familiares y con algún que otro coterráneo, una tradición de la tierra de origen.
En ambas situaciones se trade sujetos activos que actuaron localmente desde sus presentes
buscando una ligazón con el pasado migratorio, al tiempo que dejaron estas marcas tangibles
revestidas de significación con la intención también de vincular con las generaciones
venideras.
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Hoy estos bienes patrimoniales que se ubican en la coyuntura entre lo local, lo particular y la
historia de los movimientos migratorios, no escapan a las consecuencias de los cambios
sociales y culturales que vienen afectando a los lugares de la muerte y su significación, por lo
que necesitan ser regenerados comunitariamente a través de una apropiación activa y creativa.
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Daniel José Imfeld
Profesor de Historia (ISPNª2R). Posgrado en Historia Pública y Divulgación Social de la
Historia (UNQ). Licenciado en Gestión de Instituciones Educativas (UCSE). Miembro de
Número de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe. Miembro del Centro de
Estudios e Investigaciones Históricas de Rafaela. Miembro de la Asociación de Amigos del
MMAUP y de la Comisión Municipal de Preservación del Patrimonio de Rafaela (Santa Fe).
Autor de artículos y libros sobre inmigración, colonización, patrimonio histórico y cultural.