MINGA MURALISTA MAEDAR
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Pintar juntos ante la crisis.
El pasado 21 de marzo la Universidad Nacional de Colombia se topó de frente con una situación
concreta, como un muro, que se alzaba frente a los casi 60.000 sujetos que la componen. Se
trataba de la designación de la nueva rectoría de la institución para el periodo 2024- 2027; pese
a que el profesor Leopoldo Múnera fue el vencedor contundente en la consulta a la comunidad
académica realizada el 12 de marzo del presente año, llegando a obtener él solo más de los
votos que sumaban todos los otros candidatos juntos, y a pesar de que en días anteriores el
presidente de la nación se había comprometido a respaldar el resultado de dicho acto de
participación de la comunidad, el Consejo Superior Universitario determinó al final de la tarde
y después de 9 horas de deliberación, que el rector designado sería el profesor José Ismael Peña,
quien cuenta con una amplia carrera administrativa en la Universidad desempeñada ante
rectorías muy adheridas a gobiernos nacionales anteriores cuyo interés fundamental no ha sido
precisamente la defensa de la educación pública.
Como un muro, así se sintió esta noticia aquél 21 de marzo, un muro que invisibiliza, separa,
encierra, resguarda, oculta y fragmenta la natural integración que debe haber entre los cuerpos
colegiados y la comunidad en general de la institución de educación superior más grande del
Colombia (la única universidad pública de carácter nacional en el país); lo que debía ser un
cristal transparente en el que las partes de lado y lado se comunican activamente, en el que cada
quien está al tanto de las auténticas agendas que se tramitan en cada estamento, fue polarizado,
velado y sellado por un procedimiento oscuro, afincado en la confusión, en la falta de claridad;
ya que a José Ismael Peña lo designaron mediante voto secreto y ponderado, un mecanismo
pocas veces utilizado y que no resulta legítimo para la legislación institucional.
Como comunidad de la Maestría en Educación Artística de la UNal, nos quedamos al otro lado
del muro, consternados y respirando incertidumbre, asombrados ante tal nivel de acaparamiento
de la institucionalidad por parte de intereses minoritarios que la han sometido los últimos 20
años. Esta situación nos condujo a familiarizarnos con las dinámicas de las universidades
públicas colombianas, con la imbricada relación entre estudiar y cuidar el derecho a estar allí,
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por el camino propio y por el de los que vienen. La situación con la rectoría era la punta de la
lanza de la privatización que viene agobiando paulatinamente a la universidad; aunque la
rectoría fue un gran muro, esta situación nos dejó ver que no es el único, y que en realidad
estamos en una especie de laberinto, la universidad sitiada por muros que separan las decisiones
fundamentales del ojo público.
Entre las varias angustias que surgieron en ese laberinto, hubo una en especial que capturó
nuestra atención: el “acuerdo” de reforma a los posgrados, gestionado por la administración
saliente, el cual, grosso modo, prioriza aspectos comerciales, como la rentabilidad, la
efectividad y la “calidad” de los prodúctos, por encima de criterios epistémicos y pedagógicos.
La implementación de dicho acuerdo (que no ha sido discutido con ningún estudiante activo de
la maestría, pese a que el estatuto estudiantil contempla que adebería ser), atenta de manera
directa en contra de 21 años de trabajo basados en la discusión crítica, en la constante reflexión
y, sobre todo, en la creación como eje de la investigación.
Al reunirnos como maestría en el espacio asambleario, emergieron imágenes y figuras que nos
acercaron a comprender los acontecimientos; la reforma a los posgrados se dibujó como un
monocultivo, una organización homogénea que se expande arrasando con la diversidad de las
expresiones de la vida que encuentra a su paso, todo con el fin de lucrar. Entonces, ante la figura
del monocultivo, ¿Qué vendría a ser nuestra maestría?
Avanzando hacia las posibles acciones en el contexto, hubo consenso en cuanto a integrarnos
al paro iniciado por los estudiantes de pregrado, tomamos los espacios y tiempos de nuestras
clases para elaborar las reflexiones y discusiones necesarias, el escenario de taller, coordinado
por el maestro Moisés Londoño, fue el cómplice perfecto para volcar hacia la creación nuestras
inquietudes y hallazgos, así llegamos a la propuesta de realizar un mural colectivo en el que
trabajáramos esa pregunta “¿Qué es aquello que caracteriza la singularidad de este programa?”.
Para los muros los murales. Ante lo que divide y oculta nos posicionamos desde la creación
conjunta; enunciamos el mural colectivo como escenario de convivencia, de juntanza, de
debate. A continuación, narraremos apartes metodológicos del proceso, los cuales dejan ver el
sentido de una acción que, con sus retos y requiebros, es una evidencia de seres que confluyen.
Como acto investigativo, el proceso del mural estuvo transitado por preguntas de diferente
orden; primero debimos solucionar el asunto de los medios, así que Juan Bohorquez, estudiante
de la Maestría, nos aportó la idea de trabajar en un soporte móvil, el cual también gestionó, un
banner de publicidad reciclado de 11 por 3,4 metros, que se ajusta a la necesidad de comunicar
hacia el exterior de la universidad la problemática presente, y nos permite contar con la
posibilidad de instalar la pieza en diferentes espacios.
En cuanto avanzamos nos fuimos percatando de la necesidad de otras formas de organización
que soportaran el proceso, un comité financiero que gestionara la consecución de los recursos,
un grupo encargado del registro juicioso del proceso, en fotografía, video y escritura, y un
comité de cuidado que accionara ante lo que emergiera procurando el bienestar del grupo y sus
sujetos.
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El proceso de desarrollo de la imagen inicia con Diego Javier Walteros, Adrián Felipe Pera,
Diana Acosta y Victoria París (niña de 11 años hija de una de las maestrantes), quienes
dialogaron sobre las formas visuales que podrían dar viabilidad al trabajo de la pregunta nodal.
Hablamos de telares, manos, árboles, huertas, monstruos, seres, hilos, y estas figuras se tornaron
en ligeros bocetos que posteriormente compartimos con el resto de la asamblea.
En un segundo encuentro, el grupo en general se dispuso a debatir las ideas expuestas, como
artistas educadores nos condujo una prioridad, que todos, todas y todes pudiéramos ser parte
activa del proceso, no solo poniendo la mano para pintar, sino, fundamentalmente en las ideas
que allí cobraran vida, en la autoría, en la creación.
Analizando con cuidado y desde un espíritu de acogida a todas las perspectivas que hasta este
momento se habían visibilizado en los talleres previos, recogimos las inquietudes, temores y
reservas respecto a la dinámica que se planteó para el ejercicio; las dudas se afincaban en el
hecho de pintar todos juntos, había cierta incredulidad ente el resultado estético que surgiera de
muchas manos con diferente grado de interacción con las artes visuales, es decir, pintar con
“gente que no sabe pintar”, una amalgama heterogénea de saberes, capacidades y sentidos, eso
nos enfrentaba al reto de soltar la expectativa de un resultado “perfecto” para determinados
cánones, nos consolidó la certeza de que, aunque no todo el mundo sepa pintar, todo sujeto
tiene información visual que es importante, interesante y nutritiva, y que, en el caso de nuestra
pregunta, todos los aportes visuales nos acercan y completan.
Empezamos entonces a IMAGINAR las posibilidades que hasta ahora habíamos abordado y
sus prácticas, pensando desde el ángulo pedagógico en la incidencia de los diferentes sujetos
dentro de la acción. Diana Acosta propone una solución visual que abraza tres verbos
recurrentes, que aparecen en la cotidianidad de la maestría y que han sido el pilar de las
diferentes posibilidades que hasta ahora han surgido: TEJER, CULTIVAR Y COBIJAR,
acciones simultáneas, simbólicas y fácticas que, tanto en el terreno filosófico como en lo que
se vive, palpitan con fuerza en la MAEDAR. Además, estos verbos guardan directa relación
con la problemática de sentido y posibilidades de transformación que exige la universidad:
desde resistir a la reforma unificadora de los postgrados, hasta la idea de una posible
constituyente para reformular la universidad. Pues se relacionan con las funciones principales
que consideramos tiene actualmente la misma desde perspectivas amplias:
“Tejer” está muy vinculado a las formas en que la universidad pone en relación y permite la
comunicación entre conocimientos y saberes muy diversos. En este sentido la investigación,
dentro y fuera de las artes tiene que ver con este tejer el conocimiento en formatos y formas
particulares, estableciendo conexiones, abstracciones e ideas que como un tejido configuran
toda investigación y saber acumulado posible.
“Cultivar”, puede estar muy relacionado a la misionalidad de sembrar y transformar en otros,
dejar unas preguntas o experiencias de creación e indagación como un horizonte de los
estudiantes y egresados de la maestría como artistas, docentes y/o profesores. Lo cual, se
relaciona también a la función sustantiva de las clases dentro de la universidad y con ello el
carácter formativo o académico que la ocupa. Para llevar a otros rutas metodológicas y
herramientas en el marco de la construcción de un país distinto.
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Finalmente el “Cobijarse relaciona con el bienestar y el sentido humano de la universidad
misma. En la cual, van confluyendo prácticas y poblaciones muy variadas, encontrando en la
universidad ese lugar seguro para ser, pero que también garantiza unos nimos para poder
concentrarse y ocuparse del conocer y experimentar disciplinariamente.
La imagen que se sugirió para representar estos verbos fue enunciada como MANTA-
MONTAÑA, el ser abrigado por un tejido que se despliega y que a la vez es un territorio del
que emergen diferentes experiencias de vida, destacando el protagonismo de manos tejedoras,
manos activas que le dan continuidad a esa manta que abriga y sostiene a seres diversos. Lo que
se devela en esa reflexión sin pausa y en ese ejercitarse en el reconocer, es una experiencia, una
en cada caso, una que ha transitado por el dolor y por el gozo. Una experiencia que al ser
reconocida surge como algo particular de cada quien, pero que se integra en una realidad más
grande y que podemos empezar a nombrar en cuanto la identificamos, como realidad de aula,
rural, regional, de ciudad, de comunidad, de país, de continente.
Ir dejando que aparezcan las anécdotas, las congojas, las historias, nos ha permitido ir
construyendo de a poco un panorama, un campo, una realidad colectiva, en las que nos
preguntamos cada vez, por el papel que nos corresponde en la sociedad y la naturaleza de la
que formamos parte. El papel del artista profesor en la relación con las situaciones concretas y
con los mundos posibles; simbolizar esas comprensiones fue la propuesta dirigida a cada sujeto
pintor de murales aventureros.
Esta idea fue bien recibida por el grupo, como una forma muy cercana de expresar los diálogos
que hemos tenido hasta el momento. A continuación empezamos a discutir tanto aspectos
pragmáticos, como las formas de ejecución, si bien había una parte del grupo enfocada en que
se diseñara una imagen acabada y concreta para que las personas experimentadas la plasmaran,
mientras los demás “rellenan”, se expuso la prioridad de que el documento visual estuviera
nutrido de diferentes estéticas, manos autoras e ideas diferentes, el grupo se decantó por esta
opción, en lo que llamamos un ejercicio de “sistema de microobras”.
Para la ejecución se acordó trazar con la ayuda de un proyector los elementos más figurativos
de la pieza, y dejar la mayoría del espacio disponible para las composiciones particulares de los
miembros de la maestría, las cuales responderían a la pregunta orientadora de este ejercicio
¿Qué es aquello que caracteriza la singularidad de este programa? mediante símbolos que
representen la experiencia particular de cada quien en este proceso académico, pero también de
vida.
Nos reunimos a pintar el sábado 13 de abril, en el trayecto algunos elementos del boceto se
modificaron, más no su sentido. Adrián, Nicolás y el profesor Moisés Londoño prepararon el
lienzo trabajando con el proyector en las fuentes, las manos tejedoras y los retratos. Después el
grupo rompería el blanco con cierta prevención, empezamos por pintar el cielo juntos, para
poder buscar entre las nubes la confianza requerida para pintar todo lo demás, allí, en la mancha,
nos encontramos como iguales.
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Una parte muy bonita del ejercicio fue cuando invitamos a miembros de la maestría a posar
para tener los referentes de los seres cobijados del mural, Anina Londoño, de tres años, Gabriel
Morales de 9, el maestro Federico Demmer, Heidy, Alejandra Ramírez, Mateo Forero y
Alexander Quintero, ofrecieron sus rostros y también sus canciones para representar a esas
subjetividades que acuden al cobijo de las artes para restaurarse, para conectar. Fueron
retratados por Mario Sáenz artista maestrante, quien cuidó sus facciones con las tonalidades de
las montañas lejanas, con el uso del color y sus pinceladas sueltas marcó una pauta visual que
seguimos como un tempo en el resto de la composición.
Laura Cristina Gómez, artista plástica y estudiante, estuvo durante todo el proceso, las cerca de
22 horas discontinuas de trabajo conjunto, entregada a las montañas, la vimos centrada,
paseando entre verdes, azules y ocres para recrear con dedicación la profundidad de nuestro
paisaje, su naturalidad al pintar fue a la vez una clave pedagógica para que quienes no están
habituados a esta actividad, se aproximaran.
Así es como aparece Sonia Bejarano, es maestrante y profesora de literatura en primaria, en
todo lo relacionado a su expresión visual a lo largo de la maestría ha manifestado sentirse
insegura, por eso es tan significativo que fuera la primera de todo el grupo en lanzarse a
representar su símbolo, ella nos comparte respecto a su proceso que:
“Aislarse imaginando que el mundo es un paisaje en el que podemos
perdernos, parecería una broma, pero cuando empiezo a sumergirme en
un lienzo en blanco que empieza a contar una historia me fortalezco y
florece en nuevamente el sueño del trabajo colectivo, del anhelo de
la unión de ideales comunes. Entonces, cada espacio que antes era
blanco va llenándose de colores, de formas, va tomando vida y va
llenándose de mensajes que quieren ser tejidos por otros que a su vez
quieren ser cultivados y cobijados. El perrito de orejas rosadas, el árbol,
las flores, la fuente de agua son símbolos de fidelidad y bondad que
hablan de la inocencia y sueños de personas que creen y sueñan en la
posibilidad de un mundo menos injusto y más digno.”
Siguiendo a Sonia fueron apareciendo criaturas diferentes que evocan en su colorido silencio
las experiencias de quienes vivimos la maestría en educación artística, aves, escarabajos, un
árbol palpitante, un colibrí desnudo que está aprendiendo a abrazarse, un venado alborada, una
zarigüeya valiente, un gato despistado, entre otros; en el trayecto también se unieron niños y
niñas, e incluso adultos de otros espacios atraídos por el momento, quienes también hicieron
sus aportes pintados. Mientras pintamos disfrutamos de una jam session por parte de los
músicos Mateo Ibagón, Alexander Quintero y el maestro Federico Demmer. Todo esto se dio
en el marco de la “Plaza Ché”, corazón del campus universitario de manera pública y ante la
mirada y la posibilidad de interacción de quines habitan y transitan el lugar.
En la segunda gran jornada de pintura se integraron las egresadas de la maestría Laura Borda y
Nayibe Paez, quienes aportaron al mural una chacana muy colorida, la cual expresa su
perspectiva epistémica, su raíz e historias de vida. En esa misma jornada aconteció un momento
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muy importante de este ejercicio colectivo, la olla comunitaria, Damaris Pulido, William
Caicedo, Daniela López, Angélica Pulga, Johanna Guerrero y Valeria Bravo, prepararon un
exquisito sancocho con el que nos dieron las fuerzas necesarias para pintar hasta las dos de la
mañana, fue un gesto de cuidado que trajo al grupo la dinámica por excelencia de la vida
comunitaria en cualquier parte de Colombia, el cocinar en juntanza, reunir el mercado, dar los
aportes, traer la leña, prender el fuego, son rituales que enaltecen el poder de actuar en grupo,
sentarnos a comer y hablar despreocupados riendo, son las formas de convertir la adversidad
en oportunidades de aprendizaje, de conocernos en otros planos y de fortalecer el sentido de
sinergia.
Ese día también pintaron a nuestro lado los maestros William Vásquez y Mary Isbel Rodríguez,
con texturas acuáticas y una mariposa se hicieron presentes, dándonos ejemplo y mostrándonos
con acciones que el trabajo por la educación pública en Colombia no se queda en la cátedra, en
las aulas, sino que se decanta en cada oportunidad de manifestarse ante la injusticia, de ingeniar
formas creativas de propiciar soluciones; es uno de los aspectos que más se destaca de esta
experiencia.
Cómo una alternativa de movilización en el marco de un paro universitario encarnó en sí misma
un escenario de conocimiento, de diálogo de saberes, fue una práctica espontánea de aquello de
lo que hablamos en los seminarios, de la teoría que abordamos. En este y en los otros talleres
que desarrollamos en esta coyuntura pudimos ejercer elementos de la investigación-creación y
cada quien, aportando con generosidad desde su ser lo que sabe y lo que siente, hizo una muestra
natural de lo que le constituye como profesor de artes. En esa medida abrazamos con gratitud
la compañía cuidadosa de la maestra Olga Cruz, las letras sentidas de la maestra Clara Patricia
Triana, El girasol de Marybel Morales y su hijo Gabriel, así como las nubes que pintó Ángel
Urrego.
La primera vez que se habló de la elaboración del mural fue en medio del “Encuentro nacional
de redes y colectivas que investigan en artes, educación y culturas” organizado por el colectivo
“Entrelasartes”. Allí fue muy significativo el comentario de la Invitada Silvia Rivera
Cusicanqui, quien nos visitaba desde Bolivia e hizo aportes esperanzadores al proceso de
resistencia y resignificación.
El muralismo colectivo condensa la fuerza del aprendizaje comunitario, cada vez que nos
desprendemos de las estructuras y jerarquías de los espacios educativos convencionales y nos
ofrecemos a los demás con apertura, suceden hechos pedagógicos que se escapan del control
de la calificación, de la institucionalidad. Fue precioso vernos compartir los trucos y hallazgos
pictóricos y que eso nos permitiera acercarnos a lo que para cada sujeto del grupo significa
pertenecer a él, dimensionar a través de los símbolos la trascendencia que esta historia tiene
para cada uno de nosotros; allí radica la riqueza singular de nuestra maestría, en subjetividades
complejas, sensibles que se cuestionan en diferentes dimensiones y tonos. La educación
artística no sólo como profesión, como asunto laboral, sino como práctica de vida, seres
humanos con un compromiso en común: transformar y ser transformados por las artes, lo cual
vibra con intensidad en notas políticas.
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Esa es nuestra respuesta pintada ante la pretensión de hacer monocultivos de posgrados. La
Universidad es inmensa en todos los sentidos, es un cosmos de experiencias, y nosotros en la
Maedar somos un pequeño ecosistema de vidas unidas con los hilos de la pedagogía de las artes,
nos aglutinan las preguntas y las diversas formas de crear para resolverlas.
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Montaje del mural itinerante en el edificio del Auditorio León de Greiff, Universidad Nacional
de Colombia.
Autoría del texto y las Fotografías: grupo de la Minga Muralista conformada por estudiantes y
profesores del la Maestría en Educación Artística de la Universidad Nacional de Colombia.
Sede Bogotá.